jueves, 30 de noviembre de 2017

Día frío (lado b)

Hace frío.
El día en la oficina. Salimos temprano. No hay mucho trabajo. Posiblemente haya despidos antes de que termine el año.
Mi teléfono vibra. Es un mensaje de él. Leo. Mi corazón se rompe. Bloquear, bloquear de los mensajes, bloquear de facebook, de instagram, de todo. Me duele el pecho. Voy al baño. Lloro. Me Limpio. Me maquillo.
Llego a casa. Lycra, jersey, guantes, casco. Pedaleo con furia, me paso los rojos. La plaza Washington. Ya hay otros ciclistas. El camino hasta acá me serenó. Contemplo la plaza y como la noche cae sobre ella.
Alguien esta sentado en la banca, pero... estaba vacía. Es un hombre. No puedo definir su edad. Es bien parecido. No estaba ahí.
Me acercó, le preguntó si acaba de llegar. Dice ser sigiloso. Charlamos. Me hace reír. No debería hacer esto. él me acaba de cortar por mensaje... no está bien, pero se siente bien.
El pelotón va de salida.
Le pido su teléfono. No tiene. Me dice que me esperara. Le creo.
Pedaleo furiosa. Voy a la cabeza del pelotón. Más rápido, tanto como para dejarlo atrás a él. Sus mentiras, su banalidad, su egoísmo. su falta de huevos.
Descanso. Regreso.
Ahí esta el hombre de la banca. Vamos al downtown. Bebemos cervezas, reímos. Ya no siento el dolor en el pecho, me siento bien. Ligera.
Taxi. Tomo su mano en el camino a mi casa.
Se siente bien. Es cálido. Me libero, me dejo llevar, llego.
Duermo.
Despierto sin necesidad de la alarma. Pero no está. Aun lo huelo, y se siente el calor de su cuerpo en la habitación, pero no está. Me hubiera gustado estar más con él. Me siento usada, no, no es verdad, yo lo use a él.
Me voy al trabajo.
Afuera hace frío.
Llego por un café. Busco mi monedero.
Encuentro su encendedor.
Compro cigarrillos.

miércoles, 29 de noviembre de 2017

día frío (lado A)

Me gusta fumar los días fríos. Caminar aunque no haya a donde ir. El cielo cerrado amenaza con aguanieve. Entro a una tienda. Tomo una cajetilla y un encendedor. Salgo sin pagar, no me ven, nadie me ve nunca, no de día, a veces los niños.
Llego a la plaza Washington, el sol comienza a bajar. Llegan ciclistas de uno en uno. Una de ellos me observa. Se acerca. Me pregunta si llevo mucho tiempo sentado. No me vio llegar. Soy sigiloso, le digo.
Se llama Kathia. Huele bien. La hago reír. Fumo más. Su grupo de ciclistas esta por irse. Me pide mi número. No tengo teléfono. Le digo que la esperaré para ir a tomar algo. No me cree. La convenzo.
Tarda dos horas en regresar.
Caminamos al downtown. Encadena la bici. Su cuerpo es impresionante.
Bebemos, reímos. Pide un taxi. Llegamos a su casa. Me invita a pasar. Hacemos el amor. No estoy tan fuera de forma como creía. Quedamos rendidos. Dormidos. Su cuerpo cálido junto al mío. El sol asoma por la ventana del dormitorio. Ella despierta. No me ve. No ve mis cosas. Me llama. La contemplo en silencio.
Le cala que no "esté" lo veo en sus ojos.
Se alista para salir.
Se va. Asalto el refrigerador y pienso en alguna excusa para cuando la vuelva a ver.
Afuera hace frío y he extraviado el encendedor.

jueves, 23 de noviembre de 2017

Balona

Supongo que es por la cercanía con el gabacho que acá la Balona es reina. Más, como la vida en provincia, bien macizas, no tanto elegantes, pero destilando estilo, aun la más oxidada y olvidada en el chatarrero.
Ruedan por asfalto y terraceria sin rajarse, a veces hasta sin frenos, otras cargando con todos los aditamentos que uno pueda imaginar, suspensión, diablitos, retrovisor, leds. 
A veces tumbadas otras erguidas. Siempre listas para llevar a la criatura a la escuela o pasar por la jaina.
La rila de los obreros de la laguna, la rila de los hiptsters, de los caballeros, la que atraviesa esta urbe de polvo y concreto.
Carga la bomba, la escalera, el nivel, las wamas, la vianda, los libros, el mandado, a la abuela.
Balona.


domingo, 19 de noviembre de 2017

Juan helsing 2

- Brooklyn, ahí está -
Gruñó sin sacarse el cigarrillo de la boca.
En la pared una cucaracha pasaba en diagonal.
Madame Meiffer y su baraja española no se equivocaban más que en el hipódromo.

Afuera el sol de noviembre le calcinaba los ojos.
Pidió un Taxi directo al Aeropuerto. El adelanto de su cliente le permitió comprar un boleto en primera clase, no estaba acostumbrado a viajar con tanto lujo. En NY se encargaría de las herramientas.

Durante el vuelo bebió más de la cuenta siesta. En La guardia tomó un taxi a Brooklyn. Se registro en un hotel de poca monta y le pidió al recepcionista que mandara una botella de whisky, uno bueno y una chica. Fue un buen polvo. Se olvidó de conseguir las herramientas.

Tan temprano como le permitió su resaca indagó por las calles y negocios. No hubo resultados hasta la noche. Al salir de una pizzería en Williamsburg un par de mastodontes de color lo arrastraron a un callejón para darle la advertencia y golpiza reglamentaria, iba por buen camino, aunque le dolió no tener con que defenderse.
En el hotel hizo un par de llamadas. Para la media noche deberían llegar las herramientas y la chica de la noche anterior.

Le gustaban sus manos cálidas.  Las mujeres buenas tienen las manos cálidas
Esa segunda noche se paseo desnuda por el cuarto observando con cuidado las pocas posesiones de nuestro protagonista (decir héroe es demasiado).
Tomó la foto de Violeta y la miró con atención mientras él contemplaba sus caderas infinitas.

- Es la nueva Novia del señor R.

El señor R, según le contó su chica, era un jefe de la mafia, cumplía con todos los clichés: elegancia, poder, brutalidad. Una vida semi-publica.

Las cosas estaban más a su favor de lo que hubiera podido esperar aún con todos los amuletos de Madame Meiffer. La interrogó. Un par de llamadas después sabia que esa noche había fiesta en el penthouse del señor R.
Quedaron para la noche siguiente. Bebió. Se guardó el arsenal. Pidió un taxi en la recepción.

Colocó una medalla de San Benito bajo su lengua antes de bajar del vehículo. En uno de los callejones cercanos esperó. A las seis de la mañana los guardias de la entrada se retiraron. Él entró con el primer rayo de luz solar.
Subió por las escaleras de servicio. Mala situación para ser fumador.

 Los mastodontes de unas horas antes hacían guardia. Ya armado le tomó un par de minutos reducirlos a polvo.
La entrada del penthouse cuidada por un pelotón de chicos malos, que cayeron al estrepitoso ritmo de una furiosa Tommy gun.
Derribó la puerta de dos patadas, una no fue suficiente.
En el centro del hall, como gusanos retorciéndose, una docena de cuerpos desnudos revolcándose unos contra otros y en medio de aquel festín de pecado, ella, Violeta, la niña de papá, la hija ejemplar, la victima del diablo presidiendo la orgía como una sacerdotisa de la carne. Con premura arrojó un manojo de botellas a las que, en pleno vuelo reventó a tiros con tal de bañar a cada participante. Simultáneamente arrojaba un encendedor alumbrado. Fuego.

- Papá dice que lamenta que haya tenido que haber hecho esto y no haberte podido proteger.

Entre las llamas los cuerpos de sus victimas se desfiguraban en formas antinaturales, en pesadillas encarnas, en obscuridad y maldad. El fuego se propago, rápidamente, la efectividad de la gasolina bendita era casi milagrosa.

R observaba desde las sombres la masacre de sus congéneres, de su amada, de su familia, de los gobernantes de esa ciudad... tendría que reconstruir casi desde cero, pero por sobre todo, su amada Violeta, convertida en cenizas... de pronto nada.

El cuerpo de R fue reducido a una pulpa sanguinolenta y luego en polvo cuando, él, le vació  el cartucho de la tommygun. Los bomberos llegaron cuando el apenas salía del edificio.

Esperaría un par de días para comunicarse con su empleador, deseaba conocer más de NY, además ya había quedado con su chica para esa noche.

martes, 7 de noviembre de 2017

jelsin I

Alzó su callado y el cielo relampagueo.
Por primera vez en milenios, el vampiro sintió terror, mas no se amedrentó, en trescientos años no había conocido la derrota, ni siquiera cuando era un simple mortal.
El hechicero murmuraba con fuerza, inaudible para el maligno, pero suficientemente fuerza para que los elementos acudieran a su llamado.
El no muerto se abalanzó sobre el anciano hechicero a la velocidad única de las tinieblas. Para cuando cercenaba su cabeza un relámpago con la furia del infierno asestaba la marca en su frente.
Pero no, se necesitaba mucho más que la furia de los cielos para doblegar el espíritu maldito del señor de los Strigoi.
A sus pies, el cadáver humeante y destazado de ermitaño. Su cuerpo se lleno de lo más parecido que podía sentir un rechazado de Dios.
Caminó con la velocidad de un mortal. Al séptimo pasó, una nueva descarga eléctrica impacto sobre él dejándolo medio chamuscado y de rodillas.
Cuando hubo dejado de sentir dolor, comprendió, el mago no invoco un relámpago sobre el, si no uno cada siete pasos hasta convertirlo en cenizas.
Se dejó caer sobre el pasto y espero se desvaneciera el sortilegio o llegara el alba

relojes

Los relojes no funcionan en casa mi abuela.
No es por fallas mecánicas, el tiempo ahí pasa más lento, como prolongando su vejez.
La comida siempre sabe mejor en casa de mi abuela. La comida siempre nos deja más satisfecho, como si los guisos contuvieran la esencia de todos los guisos que han guisado.
Queso con chile y frijoles que saben a un millón de quesos con chile y frijoles.
Las flores no se marchitan en casa de mi abuela. Los frutos rara vez caen de los árboles y si es que la casa se siente fría es por el aire que entra por la puerta cada que alguien llega de visita, que si no, sería una primavera eterna.
Nadie se da cuenta de esto. Yo sí. Yo soy un hombre de ciencia. Cada navidad aguardo en silencio mientras ellos rezan en círculo a su Dios. Todos leen la biblia en silencio en las tardes de domingo mientras yo reviso las tesis de mis alumnos. Yo me percaté desde la subjetividad de todas esas anormalidades.
Tengo una hipótesis. La estructura del universo es más débil en casa de mis abuelos. o el flujo de partículas que entretejen la realidad es menor (cronotones, gravitones, fotones, etcetera).
Eso explicaría un montón de cosas, como la vez en que mis dos primos más pequeños vieron una cabeza de Monstruo debajo de la cama de la cama de la tía Magda.
O cuando la prima Raquel juro haber atravesado una pared mientras jugábamos a las escondidas de niños.
O sencillamente el que las plegarias ahí emitidas suelan tener pronta respuesta.
Una pequeña casa milagrosa.
Lo que no sé es si Dios nos escucha desde aquí por la debilidad en la estructura espacio-tiempo, o si esta se debilito por la fé de mis abuelos

en mi casa vive una bruja

En mi casa vive una bruja. Es muy vieja, viejisima, antigua, antiquísima. Se le pueden oler los milenios acumulados en los pliegues de la ...