sábado, 15 de diciembre de 2012
Noche de rumba
Ella lleva tacones, yo llevo un revólver. Me reconoce.
Disparo y el mundo se detiene. Su cabeza se convierte en arte abstracto sobre la pared.
El tiempo retoma su curso. Cae.
Los parroquianos gritan; se empujan para escapar del minúsculo bar. Respiro.
El bar vacío. Dejo la pistola sobre la barra.
Me sirvo una cerveza. Cambio la música
Espero. Otra cerveza, un cigarrillo.
El interior del bar se ilumina con las luces de las patrullas. Saco el segundo revolver. Lo reviso. Uno en cada mano.
La voz ronca y achilangada de los municipales me ordena que salga.
Obedezco. Camino a la salida.
Los reflectores me ciegan.
- Baja las armas y coloca tus manos detrás de tu cabeza -
No me muevo
- Baje las armas -
Levanto los brazos y apunto.
- Baje las armas o.. - disparo en dirección de la voz. Escucho un cuerpo golpeando el suelo.
Abren fuego contra mi.
Cada bala quema, siento como se abre mi piel.
Me gusta la sensación. Destrozan mi rodilla izquierda y la quijada.
Vacío mis pistolas, recargo sin que pare la lluvia de balas sobre mi.
Respiro.
Veo mi cuerpo destrozado.
Apenas algunos jirones de carne sostienen la pierna izquierda. Mi rostro es el de esqueletor. Me falta un ojo. Pero a los municipales les fue peor.
Guardo mis armas.
Me arrastro hasta una de las camionetas
Reviso la lista, dos polis están en ella.
Enciendo un cigarrillo. Arranco.
Quedan quince. Será una noche larga
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