domingo, 10 de julio de 2011


Llegamos al lugar de improviso, una serie de cambios de planes, cancelaciones y ganas de estar bien nos llevó al llamado cuartel del 15. Desde que empece a frecuentar cafés (unos diez años atrás) evite ese en particular en memoria del profeso que más me había influenciado durante mis estudios de francés. La parafernalia nazi le recordaba las historias de su abuelo, sobreviviente judío, de la ocupación nazi en Holanda.

Pero esa noche me olvide de aquello para entrar por segunda vez en el lugar y por primera consumir.

No era como hacía mucho me habían contado que era. El lugar era todo menos intimo y la decoración del patio estaba hecha para satisfacer los estándares del cliché. No me importó.

Pedimos un plato de nachos, un frappe y una limonada mineral. Charlamos mientras llegaba nuestra orden. Se dijeron muchas cosas. Llegó nuestra orden: los nachos eran copiosos, pero sin pico de gallo se sentían pobres; el frappe era como todos los que he probado en mi vida, un pastel liquido; la limonada mineral sabía a plástico, la cambie por un té de igual calidad. Encima nos cobraron por la música mal ejecutada de trova, in solicita y aburrida.

Un lugar a donde no volver


en mi casa vive una bruja

En mi casa vive una bruja. Es muy vieja, viejisima, antigua, antiquísima. Se le pueden oler los milenios acumulados en los pliegues de la ...