Acaricia
el revólver lentamente, como si se tratara de otra cosa. Saca un
cigarrillo. Ella no sabe que él está ahí; lo cree muerto a mano de
sus federales, pero el diablo cuida de los suyos.
Lleva
el cigarrillo a su boca, deja la pistola en el suelo y toma el
encendedor. Mira en dirección de la ventana del penthouse. Está
iluminada. Aún faltan un par de horas para que salga. Las heridas
aun arden, duelen aunque ya no sangran. En sus ojos siente los rojos
del diablo y recuerda el suelo encharcado de sangre, su brazo
destrozado por un un calibre 50. “Termina el trabajo” fueron las
palabras que sonaron en su interior antes de que el caído lo
abandonara en medio de la masacre.
Fuma
otro cigarrillo. La luz de la ventana continua encendida. Su vista se
nubla. Debería dormir, pero es imposible, sabe que una vez que
cierre los ojos no los podrá volver a abrir.
Sólo
tiene seis tiros en el revolver, debe hacer que cada uno cuente.
Aunque en realidad sólo necesita uno. Necesita café. Guarda el
revolver bajo la camisa. Camina hasta topar con un supermercado. Pide
un café y otra cajetilla, paga con un billete manchado de sangre.
El
café le inyecta nueva vida. Recuerda.... recuerda la lluvia de plomo
de los federales, su troca
explotando a la verga.
El calibre 50 reventándole desde los nudillos hasta el codo. Recuerda
a su carnal sosteniendo el pentagrama y rezando los rezos de mamá
Concha antes de que su cabeza estallara. Otro sorbo. Recuerda la
camioneta negra, chocando patrullas, interponiéndose él y las balas
enemigas. Lo recuerda bajando, sus botas negras, sus ojos rojos,
infinitamente rojos. En la diestra una barret, en la siniestra el
cuerno de chivo.
Bebe
y fuma inmóvil en la caja del supermercado. Recuerda las trocas
de los federales estallando. La risa del diablo con cada disparo, con
cada enemigo derribado. El crecendo del éxtasis del fuego y la
sangre.
Aquellos ojos rojos clavados en él. Sus heridas cerradas. Las
palabras del diablo mientras lo arrastraba hasta el cuerpo de su
hermano. El revolver y la grapa infernal en sus manos, las palabras
del diablo retumbando dentro de él.
Sus
huesos tiemblan, es hora, sabe que cuando llegue, ella estará en la
escalinata, el único momento, la única oportunidad de terminar el
trabajo. Corre y desenfunda la colt.
La
ve bajando por la escalinata. No esperaba que hubiera mas de dos
camionetas de escoltas, en su lugar hay seis. Sólo tiene un tiro y
lo sabe. Levanta el revolver, apunta. Una bala destroza su mejilla
izquierda. Es acribillado a quemarropa. Cae en un charco de su propia
sangre. Lo que quedaba de brazo derecho ya no está ni uno de sus
ojos, en lugar de pie derecho sólo hay sangre chamuscada. El resto de su
cuerpo es más una pulpa sanguinolenta que un humano.
Escucha
las botas negras del diablo. Las ve a su lado. Todavía
no, cabrón,
escucha en su interior. Con lo que le queda de fuerza saca la grapa
infernal. De la bolsa rota cae polvo fino y rojo, casi tan rojo como
los ojos del diablo. Hunde lo que le queda de nariz en él. Uno de los escoltas se acerca para dar el tiro de gracia. Ve como se las heridas dejan de sangrar.
Las venas se le llenan de odio, de terror y
muerte. El tiempo corre a otro ritmo, siente la furia de su
hermano y el fuego del averno quemando su piel. Se levanta sin prisa. El escolta frente a él no da crédito de ese cuerpo arruinado de pie.
Clava
el cañón de la colt en el ojo del profesional. Retuerce el cañón en el ojo hasta que expira. Jala del gatillo. El proyectil mata al
instante a otro. Corre impulsado por el pie y el brazo que le quedan.
Dispara una, dos, tres, cuatro, cinco veces más, seis cuerpos.
Llega
frente a ella. La mira a los ojos murmura algo antes de asestar un
único golpe. Un golpe en el cuello, con el cañón del revólver, un
golpe que desgarra su piel y carne, que tritura sus huesos y hace que
su cabeza vuele.
Recuerda
el cuerpo destrozado de su hermano. Recuerda las amanecidas de cuando
era adolescente. Las acampadas; Recuerda cuando nació Recuerda su
cabeza estallando. Recuerda los cuentos de mamá Concha y su cuarto
oscuro. Recuerda cuando lo vio llorar. Recuerda cuando le regalo un
papalote y lo alto que volaba. Recuerda su risa. Recuerda a su mamá.
Recuerda a su mamá y su hermano. Recuerda a Lucrecia. Recuerda a su
hermano. Recuerda el sepelio de su papá. La recuerda a ella.
Recuerda al diablo. Recuerda la risa de su hermano y la de su madre.
Cuando
las escoltas abren fuego él ya vuela en otros cielos.