viernes, 22 de marzo de 2013

Papalote


Acaricia el revólver lentamente, como si se tratara de otra cosa. Saca un cigarrillo. Ella no sabe que él está ahí; lo cree muerto a mano de sus federales, pero el diablo cuida de los suyos.

Lleva el cigarrillo a su boca, deja la pistola en el suelo y toma el encendedor. Mira en dirección de la ventana del penthouse. Está iluminada. Aún faltan un par de horas para que salga. Las heridas aun arden, duelen aunque ya no sangran. En sus ojos siente los rojos del diablo y recuerda el suelo encharcado de sangre, su brazo destrozado por un un calibre 50. “Termina el trabajo” fueron las palabras que sonaron en su interior antes de que el caído lo abandonara en medio de la masacre.

Fuma otro cigarrillo. La luz de la ventana continua encendida. Su vista se nubla. Debería dormir, pero es imposible, sabe que una vez que cierre los ojos no los podrá volver a abrir.

Sólo tiene seis tiros en el revolver, debe hacer que cada uno cuente. Aunque en realidad sólo necesita uno. Necesita café. Guarda el revolver bajo la camisa. Camina hasta topar con un supermercado. Pide un café y otra cajetilla, paga con un billete manchado de sangre.

El café le inyecta nueva vida. Recuerda.... recuerda la lluvia de plomo de los federales, su troca explotando a la verga. El calibre 50 reventándole desde los nudillos hasta el codo. Recuerda a su carnal sosteniendo el pentagrama y rezando los rezos de mamá Concha antes de que su cabeza estallara. Otro sorbo. Recuerda la camioneta negra, chocando patrullas, interponiéndose él y las balas enemigas. Lo recuerda bajando, sus botas negras, sus ojos rojos, infinitamente rojos. En la diestra una barret, en la siniestra el cuerno de chivo.

Bebe y fuma inmóvil en la caja del supermercado. Recuerda las trocas de los federales estallando. La risa del diablo con cada disparo, con cada enemigo derribado. El crecendo del éxtasis del fuego y la sangre. Aquellos ojos rojos clavados en él. Sus heridas cerradas. Las palabras del diablo mientras lo arrastraba hasta el cuerpo de su hermano. El revolver y la grapa infernal en sus manos, las palabras del diablo retumbando dentro de él.

Sus huesos tiemblan, es hora, sabe que cuando llegue, ella estará en la escalinata, el único momento, la única oportunidad de terminar el trabajo. Corre y desenfunda la colt.

La ve bajando por la escalinata. No esperaba que hubiera mas de dos camionetas de escoltas, en su lugar hay seis. Sólo tiene un tiro y lo sabe. Levanta el revolver, apunta. Una bala destroza su mejilla izquierda. Es acribillado a quemarropa. Cae en un charco de su propia sangre. Lo que quedaba de brazo derecho ya no está ni uno de sus ojos, en lugar de pie derecho sólo hay sangre chamuscada. El resto de su cuerpo es más una pulpa sanguinolenta que un humano.

Escucha las botas negras del diablo. Las ve a su lado. Todavía no, cabrón, escucha en su interior. Con lo que le queda de fuerza saca la grapa infernal. De la bolsa rota cae polvo fino y rojo, casi tan rojo como los ojos del diablo. Hunde lo que le queda de nariz en él. Uno de los escoltas se acerca para dar el tiro de gracia. Ve como se las heridas dejan de sangrar.

Las venas se le llenan de odio, de terror y muerte. El tiempo corre a otro ritmo, siente la furia de su hermano y el fuego del averno quemando su piel. Se levanta sin prisa. El escolta frente a él no da crédito de ese cuerpo arruinado de pie.

Clava el cañón de la colt en el ojo del profesional. Retuerce el cañón en el ojo hasta que expira. Jala del gatillo. El proyectil mata al instante a otro. Corre impulsado por el pie y el brazo que le quedan. Dispara una, dos, tres, cuatro, cinco veces más, seis cuerpos.

Llega frente a ella. La mira a los ojos murmura algo antes de asestar un único golpe. Un golpe en el cuello, con el cañón del revólver, un golpe que desgarra su piel y carne, que tritura sus huesos y hace que su cabeza vuele.

Recuerda el cuerpo destrozado de su hermano. Recuerda las amanecidas de cuando era adolescente. Las acampadas; Recuerda cuando nació  Recuerda su cabeza estallando. Recuerda los cuentos de mamá Concha y su cuarto oscuro. Recuerda cuando lo vio llorar. Recuerda cuando le regalo un papalote y lo alto que volaba. Recuerda su risa. Recuerda a su mamá. Recuerda a su mamá y su hermano. Recuerda a Lucrecia. Recuerda a su hermano. Recuerda el sepelio de su papá. La recuerda a ella. Recuerda al diablo. Recuerda la risa de su hermano y la de su madre.

Cuando las escoltas abren fuego él ya vuela en otros cielos.

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En mi casa vive una bruja. Es muy vieja, viejisima, antigua, antiquísima. Se le pueden oler los milenios acumulados en los pliegues de la ...