Me encontraba en la sala amarillenta de la casa de mi novia. Veíamos una película de esas que suelen alegrar el corazón, cuando, la verdad trágica me asalto. Me había perdido. No me encontraba ya conmigo mismo. Me puse de pie al instante. Revisé cada uno de mis bolsillos, los del saco, el chaleco, pantalón, las bolsas secretas, el morral.
La búsqueda se extiendo por la sala de la casa, cocina, baño, cochera, la cuadra, el interior de mi auto. Para cuando nos percatamos de que no me encontraba por ningún lado, los depredadores naturales de uno, ya me habían incido los colmillos. Imaginé una manad de leones derribando a un ñu. Sin más por hacer partí con un beso insípido en los labios.
Recorrí a ciento veinte kilómetros por hora y ciego por las gruesas lagrimas, inducidas por la mordedura de la ansiedad y la culpa, rumbo a mi casa. Afortunadamente, las amplias curvas a altura de la colonia Hamburgo generaron sufiente fuerza de gravedad como para que Ansiedad y Culpa fueran disparadas a la carretera, siendo aplastadas pocos segundos después por un tráiler transportador de leche y un convoy de patrullas federales respectivamente.
En casa me calcé los patines y salí en búsqueda de mi mismo por las calles frías y húmedas de la colonia. Lo único que encontré fue un nuevo puesto de burritos de hielera en el cual recargué baterías con unos de frijoles y otro de prensado, una soda de 335ml y medio pitillo de tabaco tostado. Debo de agregar que tampoco me encontré en los burros, ni en la soda, mucho menos en el tabaco.
Regresé a casa con los pies abatidos, pero los ánimos ardientes. Arranqué mis cuatro cilindros en dirección al bar de “siempre”. En el lugar vi las caras de toda la vida, los mismos payasos sin gracia contando una historia sin contar, los mismos tragos alterados, las mismas manchas en los mismos vasos, como si aquello fuese una pintura viviente.
Gatee por entre las piernas de la multitud de parroquianos. Me lleve varias patadas y otras tantas caricias dadas a piernas divinas. Cocina, barra, baño y la azotea desolada inspeccione sin resultados. Un par de cervezas después me dirigí al billar de enfrente. Mi abuelo ciego estaba ahí, aporreando novatos en el pool. Busqué por todos lados sin frutos, ni siquiera mi abuelo ciego pudo darme algún norte.
Recorrí toda la ciudad. No estaba en ningún lugar ni siquiera me habían visto. Nada sabían las putas del centro, ni el taquero de la bravo; nada los cirqueros de la alameda; nada en el estadio; nada en la universidad; nada la cajera que me coquetea en el banco; nada de mi, por ningún lado.
¿Acaso todo el tiempo fui mi propia ilusión? ¿Nunca fui tangible? Este tipo de ideas me asaltaron con las campanadas de la media noche, tras de cinco horas de búsqueda infructuosa. Bañado en sudor frío, temiendo por mi propia existencia llamé a mi chica. Contestó y cariñosamente corroboró mi existencia con palabras dulces. Mas algo extraño se notaba en su voz. Nuevamente mi mente carburo ensoñaciones fantásticas.
Con el acelerador a fondo cruce la metrópolis de la M hasta la L pasando por la T y la G. Quince minutos demoré en la travesía urbana. Tumbé la puerta con una titánica patada, cosa nada propia de mi pues seguía sin encontrarme, al menos hasta ese momento, pues al entrar en la sala y ver a la muer que yo más quiero semidesnuda, recostada como una diosa, adorada por ningún que yo.
Enceguecí de rabia y me lancé sobre mi, pero ya me estaba esperando con un jarrón que pulverizo el mi cabeza. Yo me mordí en el antebrazo, respondí con una llave dormilona, luego un codazo en las costillas, finalmente estrelle mi cabeza contra la mesita. Había ganado.
Mi novia corrió a auxiliarme. Me ayudo a levantarme y limpio los vidrios de mis heridas. Me beso con ternura. A pesa r de los numerosos golpes y heridas abiertas me sentía mejor que un millón de euros, después de una larguísima tarde, finalmente me encontraba completo. En ese instante Anais salió del cuarto gritando con toda la fuerza de sus pulmones: “RHINOCEROS”, claro que eso no afecta esta historia, sin embargo sucedió justo después del beso y entra en el orden cronológico de lo aquí narrado.