sábado, 6 de abril de 2013

Sueñele


La combinación es simple: dos gotas en cada ojo y un pase de polvo rojo. El instante infinito tarda unos segundos en llegar. La luz amarillenta del cuarto, el olor a moho, las paredes cafés se vuelven eternas por la fracción más pequeña de tiempo que se pueda percibir. Luego, la oscuridad.
Despierta.

Está en el velero del negro. El sol brilla, hay pocas nubes y a la lejanía se divisa un grupo de ballenas atravesando el cielo. Detrás de la mesa ovalada el negro bebe whisky mientras el humo purpura de su cigarrillo forma pequeños dragones que juguetean alrededor de su cabeza.

Habla, pero no alcanza a escuchar sus palabras. El negro responde, tampoco lo escucha, sin embargo sabe lo que dice. Toma la mochila que está sobre la mesa y salta por la proa.
Sirenas e hipocampos nadan junto a él. En el fondo marino reconoce la ventana. Nada hacía ella.
La atraviesa. Emerge al otro lado de un charco. La gente lo mira extrañada. La calle está repleta. Se encuentra en el barrio rojo de La ciudad del diablo. Camina rumbo al local del Sátiro.

Se escucha música, el tema de Lupin III. Sabe que alguien lo sigue. Abre el gran ojo rojo de su nuca. Los ve a quince metros atrás de él. Dos hombres de mezclilla y camisa a cuadros, sus auras sucias de sangre y odio. Del otro lado, no duraría ni cinco minutos contra esos dos, pero no están allá, están aquí y aquí él es el profesional.

Sus perseguidores notan el gran ojo rojo que los observa. Sacan cuernos de chivo de los bolsillos de sus pantalones. La gente grita, corre, busca refugio. La muerte es la muerte donde te encuentre.

De la retina del ojo sale la cabeza de un dragón. Los encuadrados disparan, el dragón abre la boca. Las balas son desintegradas por el fuego, los perseguidores son reducidos a carne chamuscada y carbón ardiente. El dragón regresa a su guarida.

La cosa apenas comienza. Una bala impacta a un lado suyo. Hay más gente de Mayito buscándolo. Otra bala proveniente de otro lado, Se resguarda tras un pilar cercano. Una lluvia de plomo sobre él. Sube en la motoneta roja y escapa a toda velocidad. Su gran ojo rojo le permite esquivar los proyectiles con relativa facilidad. Dos camionetas V8 y un helicóptero lo persiguen. Cinco pobres diablos en cada vehículo.

Un revolver en su mano. Apunta al helicóptero. Jala el gatillo. Ve en cámara lenta el vuelo de la única bala que dispara hasta que impacta en la frente del piloto. El helicóptero se desploma. Las dos camionetas le pisan los talones. Acelera. Suben en espiral por la montaña. Rompe y salta la reja de contención, caer por el acantilado. Uno de los vehículos que lo persigue no alcanza a frenar y lo sigue en su caída. Él cae, suelta la motoneta y se planea como una ardilla hasta el arroyo del fondo. Escucha la explosión de la camioneta al impactar con el fondo. Sale por el charco de momentos antes. Corre hasta el Sátiro antes que lo encuentren los hombres de Mayito.
La música se detiene.

En la puerta de aquella fortaleza lo espera Lucrecia.
Dentro suena Fever, alguna de las incontables versiones que existen.
Lo lleva a través de los pasillos aquel tugurio donde las fantasías más increíbles y aterradoras se satisfacen. Personas de todo tipo consumen las diferentes combinaciones posibles de polvo rojo, gotas e inyecciones para lograr construirlas.

Sátiro lo recibe en lo más profundo del edificio. Arroja la mochila. Sátiro la abre. Está repleta de Euros. Sátiro le da a cambio una mochila idéntica, llena de suficientes dosis de polvo, gotas y ampolletas como para retirarse.
Toma una ampolleta  Echa la mochila a la espalda. Se despide efusivamente del Sátiro prometiendo volver pronto. Entra al baño.

Prepara media dosis. Clava la aguja en su entrecejo. Inyecta lentamente el fluido. Es un arte alcanzar el siguiente nivel. Mira atentamente su reflejo. Se acerca más. Primero sumerge la cara, cuello, torso, piernas.
Sale por el espejo de su baño. Atraviesa la puerta.
Se ve a si mismo. Ha perdido peso. Deja la mochila a un lado. Se recuesta en su cuerpo. Acompasa las respiraciones.
Abre los ojos. Exhausto, baja la mirada. Ahí está la mochila, la abre dentro están las doscientas dosis. Sonríe.



lunes, 1 de abril de 2013

Impulso y tú

Bajas del camión. Ves un impulso pasar. Sabes que esta puede ser tu oportunidad. Síguelo  Corre. No, correr no sirve. Apresúrate por la bici. Monta. Ve más rápido. Te lleva demasiada ventaja. Cuélgate de la ranfla del vecino que va pasando por ahí. Lo sigues por toda la avenida Chapultepec. Ves como se mete a un café.


Llegas, Dejas la bici. Entras
"no puede entrar vestido así, joven" dice el portero al cerrarte el paso. 
Lo ignoras. Te toma de la ropa. Te arroja de regreso a la calle. 
Te arremangas, besos tus nudillos. Entras. Nuevamente eres arrojado a la calle. No eres rival. 
Intentas dialogar con el portero, convencerlo, amenazarlo, al final sólo funciona el soborno. 
No ves a impulso por ningún lado. No está en el baño. Cuando entras en la cocina. Escuchas la puerta de emergencia cerrarse. Corres. Sales. Lo ves alejándose a toda velocidad, nunca lo podrás alcanzar a pie, es demasiado veloz. Aun no has terminado de pensar eso cuando ya se ha perdido en la negrura del callejón. 


Al día siguiente lo esperas sobre Chapultepec. A la misma hora del día anterior lo ves pasar. Lo persigues, ahora se encuentran en igualdad de condiciones, sin ventajas. Rápidamente lo alcanzas, saltas de la bici y lo derribas. Intenta escapar pero lo retienes del cuello. Te intenta morder con sus colmillos. Aprietas. Te araña con sus garras. Te mantienes firme en su cuello. Te lacera con sus tentáculos, Aprietas más, más, hasta que su cuello truena. 
Se convulsiona entre tus manos.


Abres la boca tan grande como una pesadilla y muerdes su único ojo, Arrancas su único ojo. Tragas su único ojo. Muerdes más, arrancas más, tragas más, Muerdes, arrancas, tragas, muerdes, arrancas, tragas.
Cuando ya no queda nada de él, sientas que la piel te quema. Subes en tu bicicleta. Vas hasta la casa de ella. Estás listo para hacerlo. Tocas. Ella abre.
Lo haces.

en mi casa vive una bruja

En mi casa vive una bruja. Es muy vieja, viejisima, antigua, antiquísima. Se le pueden oler los milenios acumulados en los pliegues de la ...