martes, 8 de mayo de 2018

Galletas y tele

Las galletas siempre se acaban demasiado rápido. Extraño cuando era niño y las cajas de galletas eran eso, cajas atiborradas de galletas. Eran cajas chonchas. Uno podía meter la mano durante toda tarde y no se acababan. Ahora sólo traen unos cuantos paquetes en papel metalizado que no rinden ni para el opening de la caricatura/serie/película en turno.

Era pequeño, aún no iba a la escuela.
Recuerdo la televisión. La transmisión iniciaba al medio día, antes de eso, sólo era estática. Me gustaba verla. El ruido me relajaba. Y a veces podía ver figuras en el "ruido". Cómo fotos calcadas en el ruido blanco, apenas perceptibles. Me gustaba estar ahí sentado, comiendo galletas, cazando aquellas imágenes. Sentía paz completa.
A veces era como si esas imágenes supieran que yo estaba ahí y "las personas" de la imagen se acercaban a verme.
A veces los sentía, observándome, cómo cuando el abuelo me veía jugar en el patio.
Incluso sentía su voz por debajo del ruido, pero no podía entender lo que me querían decir.
Llegué a soñar muchas veces con el ruido, en esos sueños las imágenes y voces de las personas del otro lado eran más claras aunque seguía sin distinguir rostros o palabras.

Cuando empecé a ir a la escuela deje de ver el ruido blanco. Olvidé las imágenes y a las personas del otro lado, la paz. El mundo cambia hasta que ya no puedes reconocerlo.

Pero esta caja llena de galletas es como si un pedacito de aquel mundo siguiera vivo. Hoy lo recuerdo todo, recuerdo esa paz. Me doy cuenta que siempre han estado ahí, las personas del otro lado.
Deja prendo el televisor
Ahí están. ¿Los ves? ¿Los escuchas?
Al fin puedo entender lo que dicen, ver sus rostros.
Nunca se fueron. Me recuerdan.
Espera, quieren entrar.
Ya sé cómo. Les voy a abrir la puerta.
Espérame aquí.

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