martes, 31 de mayo de 2011

Arcano XI (parte 1)


Anoche corrió; toreo autos; trepo bardas; surfeó sobre autobuses y al final logró escapar de los guarros del papa de Berenice. Sin embargo los testículos aún le dolían casi azules, en parte por el rodillazo de don Genaro, en parte el mes de abstinencia forzada.



Ahora mitigaba el dolor de la cruda con menudo caliente y el de los huevos con una coca cola helada en la entrepierna. En tanto su cabeza viajaba a las anchas caderas de Berenice. Dejaba escapar suspiros entre cucharadas. Terminó el plato y pagó.



Un golpe seco lo detuvo de camino a la salida. La mitad de su desayuno quedo esparcido en el piso del mercado. Traje de corte italiano, machete en mano y una enorme cicatriz en el lado derecho de la cara. Era Demóstenes, el jefe de seguridad de don Genaro (padre de Berenice). En la sonrisa se le notaban las ganas de matar.



Demóstenes lo arrastro fuera del mercado, aún no recuperaba el aliento del puñetazo que le había propinado en el estómago. Para su sorpresa afuera lo esperaban el mismo don Genaro acompañado de sus 13, los mejores asesinos a sueldo en el norte del país, el diminuto y privado ejército privado con que había ganado el control total de la región. Al centro de la formación: Berenice llorando ríos y sosteniendo un revolver que le apuntaba a la cabeza.



Entre Demóstenes y tres de los trece le propinaron la paliza de su vida, pero Aquiles sólo alcanzaba a ver a Berenice sosteniendo el revólver; llorando. Cuando los hombres de Don Genaro terminaron, este se acercó a su hija y le dijo algo al oído. Berenice grito y jalo el gatillo con los ojos cerrados.


El olor de su madre combinado con olor a pólvora; el olor de su padre combinado con el olor a pólvora; sangre derramada en el piso; el sonido de Berenice llorando; La sensación de más balas atravesándole el cuerpo; el mundo al revés; el sol quemándolo; la sensación del cuerpo vacío de sangre; la voz de su primo; explosiones; el cielo; nubes que pasan; oscuridad.



Su primo caminaba delante, él lo seguía. Hablar era gastar energías. Tybaldo apenas podía cargar la pesada pistola, parecía como si el peso le fuera a arrancar el brazo en cualquier momento, pero no lo hacía. El sólo cargaba una bala en su mano derecha, no sabía porque pero no podía dejar de apretarla. Las moscas lo seguían y siempre había cuatro o más caminando sobre su cara: espantarlas era gastar energías. En el horizonte poco a poco se dibujaba un jacal, en la puerta estaba mamá Frida, siempre serena, siempre ciega, quería llorar de alegría, pero llorar era gastar energías.



en mi casa vive una bruja

En mi casa vive una bruja. Es muy vieja, viejisima, antigua, antiquísima. Se le pueden oler los milenios acumulados en los pliegues de la ...