domingo, 17 de octubre de 2010

Kiss 2010


Corría el año de 1998 cuando vi por primera vez el video de Psychocircus y descubrí lo que se convertiría en una filosofía de vida. Un año después la noticia de su gira de despedida (era joven y no sabía que esas giras son como la muerte de los súper héroes de comic). En aquella época era demasiado joven para ir. Esta historia se repitió en 2004 bajo la premisa de la falta de dinero. En 2010 no hubo problemas.

Hace calor, ya van varios días que comenzó el otoño pero se siente peor que la mitad de la primavera. En la intersección de Acuña y Matamoros vamos subiendo de uno en uno al autobús que nos llevara a monterrey.

El grupo ahí reunido es heterogéneo: adultos mayores; adultos jóvenes; hay más de una cabeza canosa; numerosos adolescentes y varios menores de diez años de edad. Me gustaría saber cuantas personas faltaron a su trabajo con o sin permiso, cuantas clases fueron saltadas, exámenes perdidos y tareas se quedaron sin entregar por este concierto.

Hay quienes viajan con mochilas, otros con bolsas de supermercado e incluso quien lleva loncheras conmemorativas de la gira del 99.

Ya todos dentro y motor en marcha el grupo se vuelve homogéneo. Las distinciones de de edad, genero, estrato social o tribu urbana se quedaron fuera del autobús. Ahora todos en este autobús tenemos 17 años, estamos emocionados con el sentimiento y la expectación que se siente a esa edad cuando se esta tan cerca de ver a una leyenda.

El viaje es largo y lo dvd’s están rayados.

Paramos en un siete onceavos para surtir cerveza, tabaco y vaciar las vejigas.

En punto de las 6:15pm bajamos del incomodo autobús. Después de tomarnos la foto del recuerdo caminamos como rebaño de camisetas negras (la mía es gris) al auditorio.

Pintan caras de a gratis, hay edecanes a pedir de boca y más de una nena rockera digna de admiración.

El concierto se acerca estrepitosamente y somos decenas enteras lo que seguimos esperando por el maquillaje gratuito. Durante la espera pasan incontables fanáticos, villa melones y devotos de la banda, algunos vienen recién salidos del trabajo, otros pasaron todo el mes confeccionando el vestuario de su integrante favorito, un buen numero paso mas de una hora frente al espejo aplicándose el maquillaje.

La música, la comunidad rockera, la expectación. Es tal y como en las películas y documentales, como en los sueños de adolescencia.

Cerveza sol a 35, 75 y 80 pesos… la noche será de abstinencia.

Para cuando entro al foro esta tocando Envy, banda canadiense de esas que suelen sonar en el MTV, pasan sin pena ni gloria a pesar de entregarse enteramente al publico. Tremendo paquete que se echaron al abrirle a unas de las bandas icónicas del rock. Se bajan del escenario y comienza la espera para el espectáculo más ardiente en la tierra.

De tanto en tanto salen los roadies a escena para jalar un cable o conectar otro. En cada ocasión que uno es visible, el público clama por la banda, se desgarra la garganta. Pero eso es como pedirle a las nubes que llueva.

Suena ambientalmente My generation de The who cuando cae una manta gigante para cubrir el escenario. Se lee el nombre de la banda en letras plateadas gigantes. Detrás de mi pasa una milf y se me antojan unos nachos.

La ultima pieza ambiental es Inmigrant song. Alcanzo ver a mi flanco derecho una nena fresa fuera de lugar, sus labios son rojos, tan rojos como permite la industria cosmética e igualmente antojables.

Termina Inmigrant song y el recinto es envuelto por las tinieblas. Sólo las gigantescas letras plateadas del escenario emiten un poco de luz, de pronto caen.

Es entonces que pasa: Es el desborde las pasiones en la colectividad. Es Modern day Delilah la canción que nos vuelve locos. Desde mi lugar siento el calor abrazante de la pirotecnia. Los bellos de mis brazos retumban a cada guitarrazo y mi corazón late con la fuerza y ritmo del bombo.

House on fire, Crazy nights y un montón más de canciones, el fuego, la luz, la neblina artificial nos llevan al borde del éxtasis.

Gene se para en el centro del escenario. Esta solo. Gira su mirada como si algo lo acechara, entra en el trance y vomita sangre, luego se eleva por los cielos. Nosotros simples espectadores lo aclamamos como si fuera un Aquiles, Héctor, Perseo o Kratos.

Paul Stanley ondea una bandera mexicana y con un muy gringo acento grita “Viva Mexicou” Los presentes bramamos eufóricos y damos el verdadero grito de independencia.

Love Gun y me desgarro la garganta, recuerdo inevitablemente la película Detroit rock city. Un par de rolas después cierran oficialmente el concierto con esa misma canción y la arena se llena con el olor de 5000 orgasmos simultáneos.

El escenario esta vacío y a oscuras. Así dura algunos minutos. Y entonces regresan ellos. Las leyendas. Se suceden canciones como I was made for living you, God gave rock and roll to you (canción que me hace llorar como quinceañera hormonal).

Es entonces que llega el último track. Rock and Roll all nite and party everyday grita Paul Stanley antes de comenzar la canción y aquello se convierte en una experiencia onírica. Llueve papel, se levantan columnas de fuego, Gene y Tom se elevan en el aire. Es el sueño. Es la leyenda frente a mis ojos.

En un parpadear todo termina. Me encuentro en el autobús comiendo una bolsa de frituras sabor a queso. Lo único que queda es la sensación de haber estado ahí, el maquillaje corrido, doscientos pesos de parafernalia en mis bolsillos y la garganta adolorida.

Lo recuerdo y se siente como un sueño, pero el llavero en mi escritorio es el recordatorio de que estuve ahí.

lunes, 6 de septiembre de 2010

212 conciertazzo


"A las diez de la noche el registro, y a las diez con cuarenta sale el camión" ese fue el anuncio oficial que nos dieron. Desde luego que el registro fue a las diez con cuarenta, y el camión salio a las once con veinte.

El grupo reunido en el autobús era heterogéneo, fotógrafos, periodistas, ovejas negras, paikis, vagos, niños bien y algunos cuantos traumados del rock. Se sentía la algarabía de viajar a una de las ciudades mas importantes del país para ver uno de los conciertos más grandes del año (al menos en número de bandas)

Sorprendentemente la unidad se detuvo en el corazón de la perla tapatía poco después de que dieran las ocho de la mañana. Cuatro tortas ahogadas, una cartera perdida, buffet de comida china ridículamente barato y muchas cuadras caminadas bajo el sol tapatío después, comenzaba de manera oficial el festival.

Las horas se fueron entre bandas locales más bien desconocidas y una que otra con algo de renombre.

Ellis Paprika destrozo el escenario con su puro carisma, que decir de las interpretaciones quita-aliento que nos regalo.


Rey Pila fue una agradable sorpresa musicalmente hablando. Un cambio de horario de bandas desconcertó a más de un espectador y termino en hielazos por parte de los fanáticos de bengala.

La gusana ciega cantó con sentimiento digno de las canciones de José Alfredo Jiménez y “Los bunkers” me recordaron en cada rola a los personajes de 31 minutos.

Nortec Collective incendió a los tapatíos con dinamita electro-norteña.

Cerró la maldita vecindad y los hijos del quinto patio, a manera de banda sorpresa, haciendo lo que hacen mejor, y eso es transmitir buena vibra y volver loca a la “raza” con ritmo ska “sabroson”.

Si bien a las cinco de la tarde eran relativamente pocos los espectadores, para cuando la maldita desato su poder ska en la avenida chapultepec, aquello era un lago de gente reunidos únicamente por la música.

Varios minutos después de que terminara la última canción de la última banda aun eran miles las personas reunidas. Aquello había sido una fiesta, una verdadera celebración de la música.

A las dos de la madrugada estábamos ya reunidos toda la banda torreonense afuera del minimercado donde se nos había indicado que esperáramos el autobús.

Los rostros que la noche anterior reían y bebían ahora estaban descompuestos en muecas de cansancio, ojos rojos y una etérea satisfacción que sólo se logra en un concierto

El camión llegó y nosotros subimos ansiosos de descansar. En pocos minutos todos en caímos en el pequeño olvido.

Después de nueve horas de viaje, un lagañoso sol lagunero nos recibía. Bajamos del autobús a paso de zombie. Nuestro estado era deplorable, casi piltrafas humanas, tan cansados, desgastados y satisfechos como se puede estar en la juventud

lunes, 16 de agosto de 2010

El hada


Diana estaba recostada en el sillón del cuarto de tele. Observaba un programa de citas con notable desinterés y su ya famosísima cara larga.


La tele era un viejo armatoste con poca definición y audio aun peor. El sillón donde se encontraba recostada era una pieza de mobiliario que le doblaba la edad y regalo involuntario de los vecinos (lo habían tirado a la basura pero ella aprovecho la oportunidad).


En la cocina un batallón de hormigas, diminutas y sigilosas como la muerte misma, se encargaban de limpiar la sartén en la que unos momentos antes había preparado unos huevos con tortilla y mucha salsa.


La regadera goteaba con constancia cronométrica y alimentaba un moho venenoso que sería destruido en un par de días por una ración excesiva de cloro.


En el techo del cuarto de televisión una mancha de humedad emulaba un antiguo símbolo sumerio. Para Diana

solo se trataba de una mancha en forma de círculo feo.


Finalmente, debajo del sillón unas pantaletas extraviadas cumplían la tercera semana acumulando polvo. Completando de esa manera un ritual accidental.


Apareció frente a ella un hombre en trusa. Se había materializado de la nada.


Era grande y obeso. Su cara era fea y su frente amplia. El cuerpo de aquel hombre estaba cubierto por un denso pelaje. Su ceja era una sola. Sus dedos eran largos y anchos como salchichas alemanas. En la boca le colgaba un cigarrillo. Su cabeza era lisa como una bola de boliche y llevaba puestas unas pesadas botas industriales. En su espalda dos diminutas alas rosas y traslucidas se agitaban a intervalos.


Diana se incorporó. Abrió los ojos de par en par y casi grita de horror, pero algo se lo impidió. Aquel hombre tan extremadamente rudo en apariencia, desprendía algo inusual, no solo el olor a pulpa de sábila.

El hombre en calzoncillos habló.


“Soy un hada y has cumplido con el ritual. He venido a cumplirte un deseo, no importa cual, yo me haré cargo de que se haga realidad”


Pudo haber sido la confianza con la que habló; las dos pequeñas alas en su espalda; la sinceridad en su mirada o el hecho de que se hubiera aparecido frente a ella como caído del cielo, el punto es que Diana le creyó y con su fe se desató una revolución sin precedentes en su interior.


Después de ocho años de amargura, su corazón rejuvenecía por la magia tacita de ese evento inusual. La inocencia regresó; la esperanza; su sonrisa.


Diana observó extasiada al hada, sin moverse ni hablar. Únicamente disfrutaba de su presencia.

Durante más de cinco minutos permanecieron en silencio; silencio mágico y expectante para Diana quien observaba extasiada al hada; silencio incomodo para el hada que tenia que soportar la mirada incomoda de Diana.


“Ok, no quisiste nada” Dijo el hada con notable apuro antes de dar media vuelta y caminar rumbo a la única habitación en el departamento. Ella lo siguió con premura. Le gritó mil cosas para que se detuviese, pero a esas alturas el hada ya temía por su seguridad.


Para cuando Diana llegó a la habitación el hada ya había emprendido el vuelo. Diana observó desde su ventana como se perdía en el azul infinito del cielo.


Con el corazón alegre y ligero pensó que no importaba, de todas maneras no sabía que pedir. Suspiró con el aire que se sopla cuando el mundo recobra sus colores.


A casi mil quinientos metros sobre la ciudad el hada volaba aun nervioso por la loca que le había tocado. Tiró la colilla de su cigarrillo e intentó prender otro para calmar los nervios. El viento se lo impidió. Necesitaba una cerveza.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Caminante II, Resoluciones ezquizoides


El farol amarillo alumbraba como un reflector el escenario de la calle. Bajo su fulgor enfermizo, Carlos, se revolcaba en un charco de miseria inventada y secreciones corporales.


Se inventó su propia miseria a partir del cansancio de una vida que se repetía a si misma como el fondo de las caricaturas de Hanna-Barbera; la ausencia de la única mujer que no lo fastidiaba con la vulgar cotidianidad de las demás; el fastidio de no tener dinero.


Se dio a la tarea de sepultar sus penas, bajo el peso de las botellas.


Doce pesos el litro y medio de bebida refrescante sabor a jamaica finamente gasificada, seis pesos el cuarto de litro de mezcal, charanda o aguardiente. Esa era la dosis para olvidarse de su pasado y su presente, mas del presente.


La noche en cuestión era fresca y septembrina. Densos nubarrones jugaban a tapar a la luna sin éxito y más de una ráfaga amenazó con volar el sombrero de la cabeza de Carlos.


Cuando los efectos del mezcal (o licor del que se tratase) fueron disminuyendo, logró ponerse de pie. Encendió el último cigarrillo para animarse a dar el primer paso de camino a casa.


Dejó la puerta entreabierta. Se dejó caer sobre el colchón sin litera. Su ebriedad casi había dado el salto del dulce desvarío al tormentoso mal viaje. Como pudo, prendió la tornamesa. Lo arrulló la voz de su tocayito, Gardel.


Soñó con el día que dejó a su ex-mujer y la cara deformada de su jefe cuando le cruzó la cara con un izquierdazo (mejor colocado, por cierto, que las pirámides de Chichen Itza).


El sol de las 11 lo despertó como una cachetada. No recordaba su sueño. Le dolía la cabeza y lo consumía un deseo de menudo bien picoso con mucha cebolla.


Atravesó dos ciudades y un rió para llegar al mercado de ciudad jardín. Un plato grande con mucha carne y una coca cola para acompañar. El conjunto norteño a su espalda agregaba la mexicanidad. Aquel menudo lo hacia olvidar mejor que el alcohol.


Terminado el segundo plato eructó satisfecho.


En el camión de regreso pensó en volver con Cecilia, lo que ella le había hecho estuvo mal, pero su reacción fue peor. Tenía que sacudirse aquellos recuerdos. Decidió visitar a Joe.


Asaltó la despensa, jugó videojuegos y descorchó un par de buenas botellas de tinto. Joe era un buen amigo.


El sol comenzaba a ocultarse cuando tomó el autobús de regreso a casa. Ver la ciudad bajo la luz roja del atardecer le calentaba el corazón y a veces le constreñía el alma. Ese día en particular, experimentaba la segunda sensación.


Cuando llegó a su calle la luz era índigo. Se sentó en el pórtico de la casona donde rentaba su pocilga. No tenía un peso en la bolsa, no le quedaba licor ni tabaco. La noche iba a ser larga.


Cuando entró en la habitación, esta parecía otra: no había ni la mitad de basura, habían sacudido los muebles y una rubia despampanante recostada en su colchón sin litera le sonreía con ternura.


Inés se levantó. Caminó hasta él. Le rodeó el cuello. Lo besó. “Necesito un lugar para dormir por un tiempo" susurró en su boca.


Carlos la apretó con fuerza, era casi etérea. Olía a mujer, duraznos y tabaco. Cerró los ojos y se dejó llevar por la sensación de aquel delicado cuerpo entre sus brazos.


Inés le contó que estaría una temporada en la ciudad. Carlos nunca supo ni le preguntó a que se dedicaba.

Carlos necesitaba un trabajo. Su orgullo de hombre le impedía aceptar que Inés pagara la despensa. Se rasuró. Redactó un currículum de campeonato y llevó sus pantalones y saco a la tintorería de a la vuelta de la esquina.


A Carlos le gustaba la ligereza de Inés; sus caderas y el verdor de sus ojos adolescentes; de sus largas piernas y espalda perfecta; su suave piel olor a durazno. Si tan sólo no fuera rubia. Nadie es perfecto.


Carlos encontró trabajo como gerente de un McDogos.


Les gustaba pasear por el parque de la revolución. Subir a los juegos mecánicos y luego compartir un algodón de azúcar (a veces rosa, a veces azul). Como en las películas americanas, la vida era bella.Tan bella la vida que Carlos dejó de tomar.


Compartían un cigarrillo al son de los pasos gigantes de Coltrane. La luna se asomaba por la única ventana del departamento. Recostados en el colchón sin tarima, Inés, acariciaba la sien de Carlos y le contaba historias de España, Irlanda y Rumania. Historias de su vida, historias que Carlos nunca había escuchado. Esas historias en combinación con su sedentaria felicidad, le oprimían el corazón con mucha discreción.


La vida siguió como una bella rutina por unos días mas.


Una mañana, Carlos, despertó con frío. La otra mitad del colchón estaba vacía, faltaba Inés.


¿Cuantas veces se había repetido esa escena? una antes de casarse, y esta. Había sido abandonado dos veces por la misma mujer.


Aquella mañana fue un poco diferente. Le dolía el pecho. Compró una botella de mezcal, y fue a trabajar.

Se embriagó en la intimidad de su oficina. Pasó la noche ahí. Borracho hasta la inconciencia. La oficina fue su habitación provisional. Tenía miedo de que el departamento oliera a durazno.


A las cuatro de la mañana subió al techo. En voz baja la llamó. Sólo el viento contestó.


Al tercer día regresó a su departamento. Olía a humedad y encierro. No había rastro del olor de Inés ni de su presencia. Todo se fue con ella, solo quedaban unos cuantos recuerdos regados por el cuarto. Cambió de departamento y compró una litera.


El supervisor regional de McDogos se enteró de las jornadas titánicas de Carlos y aumentó su salario.


Compró un Datsun 84 ante la necesidad de tomar rutas alternas a las que usaba con Inés.


Una noche Cecilia lo visitó. Le pidió perdón. El la escuchó. Ella lloró. El se despidió sin emoción alguna. Tras cerrar la puerta, recordó la noche en que hundió el Camry de Cecilia en el río a manera de venganza y por primera vez desde que se fue Inés, rió.


Una mujer de nombre Alicia comenzó a visitar frecuentemente el McDogos, era bonita e inteligente y llegó a manipular una conversación para que Carlos la invitara a salir. Alicia obtuvo el titulo de novia en un par de semanas.


La vida era buena a pesar de todo.


De visita con Joe, este le anunció su próximo viaje a Inglaterra. La referencia europea le recordó a Inés, sus historias. El corazón le explotó a causa del recuerdo y su sedentaria falsa felicidad.


Tomó una dedición drástica.


Desempeñó la vieja guitarra de su madre; empacó su vida en un costal de marinero. Le dijo adiós a Alicia con el beso de una vida. Y Arrancó sin rumbo hasta que el tanque del Datsun quedó vacío. Luego caminó


Adormilado, rasgueaba acordes al azar y de tanto en tanto dejaba escapar, casi en sueños, palabras ininteligibles.

Los primeros rayos del sol se dibujaban por detrás de las montañas. Carlos viajaba cómodo en la parte trasera de una pick up blanca.


Eran los últimos días del verano Rumano y había olor a duraznos en el aire.

lunes, 5 de julio de 2010

Caminante


Demeterio González caminaba con pésima postura: La espalda doblada como el fuelle de un acordeón; la cabeza levantada por la sencilla necesidad de ver el camino; los pies dubitativos en cada paso.

A la espalda dos mochilas empalmadas. Ambas despedían una peste que opacaba a la de su cargador.


Demeterio había caminado mucho más de lo que cualquiera pudiera imaginar. Se salió de casa hace algunos a recorrer esta tierra abonada de dolor y placer.


Como en la canción de maldita vecindad, en su tierra natal se escucharon incontables historias de sus andanzas, pero sólo Demeterio las podría desmentir o corroborar.

Entró al barrio por la calle de Ocampo. Se detuvo bajo el farol de esquina con Madero. Demeterio estaba cansado. Por primera vez desde que salió de casa con la mochila al hombro, sintió el peso de la misma; por primera vez los pies resintieron los kilómetros andados y en el corazón le dolieron las amantes que dejó tras de si.

Era como si el farol fuera un faro que alumbrase su pasado y este corriera a encontrarse con su mirada. Los recuerdos que vuelven.


Fue aquella pesada luz amarilla que le hizo caer de rodillas bajo el peso agobiante de los recuerdos. Dos hombres que pasaban se le acercaron. Gritaron su nombre; corrieron a abrazarlo; lo atacaron con mil preguntas. Esos dos hombres también eran recuerdos que habían corrido a encontrarse con él. Eran versiones adultas de sus amigos infantes.

En pocas horas estaba toda la cuadra reunida en la Sevillana, aquel bar mítico donde su padre bebía cerveza helada y un picosisimo caldo de camarón, mientras que él, le atoraba a una coca cola y al mismo caldo que le hacia hormiguear cachetes y orejas. En aquella época los pies le colgaban de la silla.


Era extraño, hacía unos momentos se dolía de melancolía por el mundo que había terminado de recorrer y ahora era asaltado por la mas dulce de las nostalgias, estaban ahí casi todos los amigos de sus años mozos, bebiendo, celebrando el regreso.


Se sumaban a la fiesta aquellas figuras colosales de antaño, como el tendero, el carnicero, don Vicente, las madres de sus amigos, y coronando aquella reunión: su madre santa.


Tantos años sin verla y de pronto estaba ahí, mas pequeña y frágil que nunca. Pero aquello era una ilusión. Cuando la estrechó reconoció en su abrazo y sonrisa altanera a la misma mujer que lo enseñó a ser un hombre de verdad. La amazona que lo crió, mas fuerte que cuando se marchó.


La noche fue de fiesta, baile e historias de las 5 esquinas del mundo. Contó historias de cuando fue pescador en Saigon, y de cuando se perdió en el Gobi, de sus andanzas con los Tuareg y sus conquistas europeas.


Pasaron los días. "Que extraño es llegar a casa y ver que no lo es" pensó Demeterio una vez instalado en la casa de su viejecita. Con los días se le curaron los pies, enderezó la espalda y recuperó las fuerzas.


Los primeros días en el barrio se fueron rapido, todo lo conocido parecía nuevo.

Los niños de la zona y varios de sus camaradas se reunían en los escalones del pórtico para escuchar sus historias. Contaba sus aventuras por el mundo con alegría y orgullo de haberlas vivido.


Un trabajo vino a la segunda semana de haber vuelto. Maestro de liceo. Pantalones y saco de vestir, zapatos hechos para lucir en lugar de caminar. Un trabajo bueno, pero pesado que le distrajo de pensar en los destinos que no pudo visitar.


Una novia llegó a la cuarta semana. Era Sofía la chaparrita que hacia teatro en la secundaria. Precioso rostro y corazón dulce como miel de panal. Un mal de amor que ya no recordaba pero cuyos tiernos labios le hicieron olvidar las ganas de empacar.


Al pasó de los meses dejó de contar historia, el trabajo le aburrió y Sofía lo asfixió. Sin darse cuenta se había extinto la alegría del regreso.


Cierta noche de abril, Demeterio, observaba las montañas que rodeaban la ciudad. Dejó escapar un suspiro azul. Sin darse cuenta pensaba en: ciudades, paisajes, bares, músicas, amigos y amantes que había conocido por todo el mundo.

El sonido seco de un costalazo lo sacó de sus pensamientos inconcientes.


Al girar la cabeza vio a su viejecita en el marco de la puerta. Acababa de dejar caer su mochila de viaje. Con sonrisa sardónica y calida camino hasta él. Lo abrazó como sólo una madre puede y con la voz frágil de las despedidas le ordenó que se fuera.

Se puso las botas y marchó con la luna azul iluminando su camino. Cada paso le alegraba el corazón. Cuando hubo llegado a la salida de la ciudad era él mismo.


Es cierto que tarde o temprano todo viajero detiene su andar, pero a él, aún le quedaba mucho mundo por ver.

domingo, 23 de mayo de 2010

Sonrisa


La luz rojiza de aquella casa de mala nota acentuaban los ojos hundidos, la barba sin rasurar, la ropa olorosa a sangre que portaba Aniv de la Rev.

Aniv, gustaba de enfrentar situaciones difíciles. Situaciones que llevaran al límite su resistencia. Aquel día sin embargo, se había extralimitado.

Marlene, era un manojo de misterios. La conoció por accidente en el malecón de Mazatlán. Esa noche tuvieron su primer cita. La química se dio al instante. Quizás fue el mar, quizás los efectos del alcohol, lo único seguro es que esa noche hubo magia.

A los dos meses ella se vino a vivir con él, a los tres intentó asesinarlo.

Primero su amante, luego su ejecutora. Nunca olvidaría el brillo de sus ojos asesinos. "La vida es dulce cuando sangras, cariño" le dijo con voz de calentura cuando lo apuñaló en el hombro. La sonrisa enfermiza de Marlene heló la sangre de Aniv.

Una vez que Aniv desarmó a su amada, escuchó un V8 estacionarse fuera de la casa. Aniv conocía bien ese tipo de motores y el tipo de pasajeros que solían usarlo. Saltó por la ventana. Huyó. Logró evitar que las balas con su nombre dieran en el blanco.

No le resultó difícil perder a Marlene y su sequito. Estaban en su pueblo, donde él se movía como el viento por las calles. Pasó horas en un escondrijo buscando una solución que no fuera la obvia. Fracasó.

Escogió a la chica de vestido rojo. Su cabello estaba húmedo, su piel también. Ella le sonrió en cuanto la llamó. Esa sonrisa le entibió la sangre.

Marlene estaba en la computadora. El cañón del revolver recostado contra su nuca fue la forma en que Aniv dijo “hola”. Marlene tragó saliva.

- ¿Por qué? – Preguntó Aniv con voz dolida.
- El jefe te quería muerto – respondió Marlene, con la voz quebrada de miedo a morir.
- Te amaba - dijo Aniv, con el alma colgando de un hilo.

“Yo no”, intentó responder Marlene, pero antes de que la primer silaba saliera de su boca, Aniv jaló el gatillo. Tenía miedo de escuchar lo que ya sabía.

Un elegante agujero humeaba en la frente de Marlene. El monitor estaba salpicado de sangre. Aniv, observó el bello cadáver mientras su corazón asumía la forma de una pasa.

Pudo haber huido, pero su naturaleza le hizo quedarse. Quien cruzara por la puerta se convertiría en el chivo expiatorio de su dolor.

Los cinco guardias de su otrora amada, cayeron por el beso cruel de su Walter P38. Seis tiros, seis cuerpos.

Caído el último de sus enemigos, caminó al baño. El espejo le mostró que bajo las incontables gotas de sangre atomizada, había un rostro diez años más viejo. Necesitaba algo que le aligerara el alma.

La faena había terminado. La prostituta del vestido rojo dormía a su lado. Seguía sonriendo. Le gustaba la sonrisa de aquella niña. Había hecho bien en ir a ese lugar. Su corazón de pasa se hidrato un poco.

Aun le dolía la traición y lo atormentaba la idea de que dentro de unos minutos le llamaría el gran Quesote para avisarle del fin de la tregua y la guerra inmediata.


Durante los meses siguientes tendría el papel de cazador, se teñiría las manos de rojo con sangre de sus rivales, más no enemigos. Posiblemente un tiro a traición acabaría con él, y su cuerpo despedazado sería arrojado en algún lugar público para generar psicosis.

Decidió olvidarse de todo lo que se aproximaba. Se limitaría a disfrutar de la sonrisa dormilona de su amante contratada, al menos hasta que sonara el teléfono o quizás un poco más. Aún tenía que decidir.

lunes, 3 de mayo de 2010

Medusas y Licor


Le di un trago largo a la botella y casi me ahogo con el humo amoratado que me subía por la garganta. El licor verduzco se sentía como aguarrás limpiando pintura de las manos pero por dentro del pescuezo.

Después de un violento absceso de tos, el mundo fue consumidó por puntitos negros hasta dejarme en oscuridad absoluta. Creí que había dejado de existir, pero un sonido me recordó que existía. El sonido se convirtió en un melodía alegra e inocente que reapareció el mundo ante mí.

Mi mirada ya no era mi mirada. Yo veo con dos ojos y sólo lo que esta delante de mi, ahora veía todo lo de mi alrededor, 360º en todas direcciones y en espectros que supe reconocer como infrarrojos y ultravioletas.

Me sentía fresco y ligero, con olor a lima limón. Mis piernas y brazos ya no estaban, en su lugar había gelatinosos y etéreos tentáculos de color azul eléctrico que se agitaban a mi voluntad. Tantos tentáculos como desease tener, llegando a contar mas de un millar.

Pude ver mi cuerpo tirado e inconciente bajo el sol del desierto con la botella aun en la mano. A lo lejos el “checks” y el “negro” jugando naipes en la camioneta.

Flotaba en el eter y percibía la curvatura del univesro, esa curvatura de la que hablan tantos ensayos matematicos.

Flote hasta llegar a la estratosfera, luego hasta el centro de la galaxia, vi incontables civilizaciones a mi paso. Devore una estrella azul que encontré en mi flotar y que me pareció deliciosa.

Al verme tan grande como para alimentarme de estrellas, sentí nostalgia y quise volver a la tierra, y ahí llegue, pero no al lugar de donde había partido, sino en Tokio, reconocía la torre y su incesante fluir de gente de cuando hice una estancia técnica, ya no era gigantesco como para devorar estrellas, mas bien pequeño como un microbio suspendido en el aire de la ciudad.

Recordé a cierta mujer que conocí tiempo atras en una estancia técnica en aquella ciudad; recordé una pelea en el callejon de un sordido bar; recordé el prostibulo donde me enamoré; recordé el avion de regreso a México y la promesa de no volver.

No había roto la promesa, mi corazón se encontraba en mi cuerpo, perdido en el desierto.

La música se aceleró y desee bailar con todas mis fuerzas, sin embargo, los microbios que flotaban no tenían idea de que era bailar, y me parecían seres arrítmicos, pensé en bailar con un hadrion, pero mas me llamó la atención la torre de Tokio, pero era tan enorme y yo tan diminuto, que decidí ser enorme y lo fui. La ciudad gritó de horror al verme, pero esos solo aumentó mis ganas de bailar.

Tomé a la torre con un par de docenas de tentáculos y la levante de su sitio, para hacerla girar conmigo. Bailamos por entre las calles, sobre edificios.

Me sentí como un niño en un gran campo de juego. Si hubiera tenido boca seguramente hubiera reído de tanto bailar, con aquella música, los gritos, el crujir de los edificios, los incendios. Todo era tan divertido, sentí ganas de iluminar aquella ciudad con la luz de la estrella que había devorado, lo desee y lo hice. Logre liberar aces de aquella luz, que derribaron algunos edificios.

Poco a poco la música disminuyó su ritmo y volumen, a la par me invadió una intensa sensación de sueño.

Los puntos negros volvieron, dejandome en tinieblas al mismo tiempo que la música se había detenido por completo.

Una canción de rock mundano resonó en mi cabeza, luego sentí vibraciones agresivas. Finalmente recuperé la sensación de mi cuerpo humano.

Iba en el asiento trasero de la camioneta del "checks". El "negro" me ofreció un cigarro que con gusto acepté. Me preguntaron como estuvo el "viaje" a lo que respondí con lujo de detalles.

Después de 45 minutos de terrecería y una vomitada, llegamos a Real. Soplaba un viento fresco, y los tres teníamos hambre. A mi aun me dolía la cabeza, pero estaba seguro que con un buen taco y una chelita recuperaría las fuerzas.

Llegamos a la fonda de Chabelo por unas enchiladas y unas "vikis". El chabelo nos sirvió rápido con tal de quedarse pegado a su televisioncita de 12 pulgadas.

Nosotros solo alcanzamos a escuchar "Devastación inusitada en Tokio"

Los tres nos miramos y sonreímos con complicidad, el licor día del juicio final estaba listo.

lunes, 19 de abril de 2010

Le docteur Artemio a la plaine de Coahuila


Ay, el amor, que bonito sentimiento que nos hace acariciar el concepto de lo eterno aunque solo nos dure 1 mes la emoción. Y sin embargo existe el amor verdadero, el que se sobrepone a tiempo, espacio y cuanto podamos imaginar.


Un ejemplo de ese amor verdadero tuvo lugar hace tiempo en un pueblito polvoriento, enclavado en la llanura coahuilense. De esos pueblos pequeños donde a veces hay mas aparecidos.


Era un día de lluvia con sol, una bruja se casaba en el monte, cuando llegó Artemio Quezada al pueblo. Venía de Saltillo con el propósito de poner un consultorio médico y la esperanza de encontrar una mujer con quien casarse.


Inmediatamente fue bien recibido por el pueblo, aunque un poco de tiempo le tomó hacerse a la idea de que no se volvería rico. Pero la falta de dinero era compensando con el aprecio y respeto de sus pacientes.


El doctor se volvió una de las figuras céntricas de cada tertulia y baile alos que asistía.


Las mujeres jóvenes anhelaban que el doctor las sacase a bailar. No era de extrañar ya que era, por mucho, el doctor era el mejor partido del pueblo. Pero el corazón del doctor encontró dueña casi llegando.


La dueña: Margarita de la Garza, quien a pesar de tener 18 años, era la mejor cocinera, bailarina, la mujer mas acomedida, responsable e inteligente del pueblo. Eso si, con el carácter ya no de potranca, mas bien de diabla brava.


Sólo una mujer como margarita le habría lanzado una cubeta de agua fría al doctor cuando este le invitó un refresco en la plaza; solo ella rechazaría al doctor para bailar con el bobo del pueblo; solo Margarita habría repelido a tiros de escopeta la serenata que el doctor le llevó.


Y sin embargo durante dos años, el doctor Artemio, no desistió en sus intentos de conquista, pese a las contundentes negativas de Margarita. Estaba endiosado con ella.


Se cumplían dos años de la llegada del doctor cuando Artemio sufrió una de las peores humillaciones tde Margarita, tan terrible fue que los testigos supieron que las cosas no serían lo mismo después de aquello.


Era suficiente, estaba cansado. Pensó en regresar a Saltillo o tomar rumbo a cualquier otro lado, Le dolía querer tanto a alguien y recibir aquel trato de su parte. Hizo su maleta, después mandaría por el resto de sus cosas. Abrió la puerta con la intención de no volver jamas.


El el umbral de su casa vio a Margarita, quien lo miraba con una expresión que no había visto antes.

- Perdón - dijo con voz tímida antes de salir corriendo.


Artemio la alcanzó, la abrazó, la besó. Margarita se dejó alcanzar, se dejó abrazar, y cacheteó al doctor Artemio después del beso.


Durante los meses siguientes floreció el noviazgo de Artemio y Margarita, el noviazgo mas extraño que hubiese visto el norte del país. Margarita lo seguía humillando a la par que le demostraba su cariño. Se trataba de una pareja de locos.

Llevaban un año ennoviados cuando Artemio le pidió matrimonio. Margarita llena de felicidad dio el si, con la sola condición de que ganara el torneo de baseball que se jugaría en región.


Artemio estaba confundido ¿a que venia eso del campeonato de baseball? Él nunca había jugado ¿Como se supone que llegaría a ser campeón?


Poco tardo en dejar de cuestionar para ponerse a entrenar. Eran extrañas las formas en que Margarita ponía a prueba su devoción. Ella que hacia y él que la seguía, sin duda los dos estaban lurias.


Entrenó con el resto del equipo y resultó que el doctor tenía buen swing, cuando le atinaba a la bola, porque el tino del pobre estaba para la vida.


Quedó en el equipo, pero influyó más la amistad y el respeto que se le guardaba que su habilidad como jugador.


No fueron pocas las tribulaciones que pasaron para llegar a la final contra Monclova. El deseo ardiente del doctor por Margarita fue el aditivo que aceleró los engranes del equipo en los momentos cruciales.


Monclova jugó bien, pero el equipo del doctor Artemio estuvo a la altura. Para sorpresa de todos, logró llegar al cierre de la novena con solo una carrera de diferencia.


Faltando un out para el final del partido y con las bases llenas, llegó el turno del doctor Artemio. Su tercer abaniqueo fue el bueno, mandando la bola lo suficientemente hondo para permitir que los hombres en segunda y tercera llegaran al home.


Condición cumplida le pusieron fecha a la boda, se nombraron los padrinos y se comenzó con la organización.

Margartia lucía radiante en su vestido blanco y el doctor nunca se había visto mejor.

El padre Pascual, fue lo suficientemente flexible como para casar a la pareja en la cascada en lugar de la iglesia (otro capricho de Margarita).


En el mismo lugar que se celebró el banquete y el baile.


Era un sábado de abril y llovía con sol.

martes, 13 de abril de 2010

sombras y jazz


Hombre - Mujer una ecuación simple, y a veces mas, a consideración del universo.

Lugar: Una pequeña bodega que hace las funciones de estudio, sala de ensayos y centro de reunión social, siendo aquella tarde, la segunda opcion.

El hombre: sentado en una silla; rasguea su guitarra, perdido en la melodía manouchera del clásico de Consuelo Velázquez, las curvas contoneantes de su acompañante femenina y el sonido de su voz.

Mujer, de pie plantada frente al microfono con la postura de una reina, cantando con el flow jazzistico propio de aquella versión, concentrada en las curvas de la canción. Imaginando caricias propiciadas por los ojos de su acompañante masculino.

No hay que ser un narrador para saber que aquellos dos se traían algo bastante obvio, pero en lo que ninguno de los dos se había atrevido a dar un primer paso, el mas importante de todos.

Hombre, siente el impulso de ponerse de pie, dejar la guitarra a un lado y tomarla por la cintura, girarla sobre si misma, mirarla a los ojos, pero por un lado esta el miedo al rechazo, por el otro, esa cinturita de avispa que lo esta haciendo enloquecer.

Siente que le tocan el hombro. Al volver la mirada se topa con su sombra en posición de "¿me dejas tocar?"

El hombre un poco sorprendido le da la guitarra.

Su sombra sabe tocar; ocupa su lugar sin perder el ritmo ni cometer errores.

El hombre de pie y sin nada que hacer, se acomoda el cabello y camina hacia ella.

La sombra de la mujer se acerca y la desplaza, plagiando el microfono. La mujer, algo sorprendida por este irreal acontecimiento, busca a su músico acompñante, pero en la silla donde debería de estar sentado, encuentra la sombra del mismo ejecutando la guitarra.

La mujer, asustada, giró en busca del hombre. El hombre le tomó la mano y la calmó con una sonrisa.

Él hizo un ligero movimiento de cabeza que en todo el mundo occidental se pudo interpretar como un "¿bailamos?"

La mujer respondió a esta muda invitación una sonrisa del mismo tipo que acababa de recibir.

Manos del hombre al talle de la mujer, los brazos de la mujer alrededor de su cuello.

Se balanceron en un cuadrito de 25x25.

Ella recargó su cabeza en el pecho de él, sensación agradable para los dos.

Con el ultimo coro, al fin, hicieron caso de la letra de la canción y tuvo lugar lo tan largamente sugerido y querido por los dos.

La canción termina... se separan un poco y sin decir nada, ambos le dirigen una mirada a las sombras, una mirada de "echame otra".

Bailando en aquella bodeguita, hasta el amanecer...

No hay necesidad de decir que paso el resto de la noche, después de todo, cuando se tiene una situación "hombre-mujer" las cosas no son tan complicadas como todo el mundo dice que son.

lunes, 29 de marzo de 2010

Heartbreak brothel


El despertador del celular sonó con la marcha imperial versión reggae, despertando a Frattello Godinez. Se levantó de la cama con un salto. La regadera de Ivonne era una joya, bañarse en ella era casi tan bueno como compartir la cama con Ivonne.

No se quedó a desayunar a pesar de que Ivonne estaba por terminar de apilar la primer docena de hotcakes. Se disculpo con la excusa del trabajo.

Fratello, salió del departamento, dejando a Ivonne con 6 hotcakes de sobra y el corazón un poco mas magullado, como cada martes.

"un día debería de quedarme a almorzar con Ivonne" pensó, pero se vio interrumpidó por el claxon de Aleja antes de formar cualquier determinación. Iban por la calzada Benito Juarez, Aleja hablaba sin cesar de algún tema cotidiano. Fratello divagaba.

Pararon en el piguino, motel preferido de Fratello, para tener su encuentro diario.

Llegaron al trabajo 5 minutos antes de su hora de checar. Aleja enfiló a su oficina. Fratello suspiró al verla alejarse y sintió el hueco de su pecho ensancharse dolorosas micras.

Pasó el resto de la mañana afinando los detalles de la presentación que tenía preparada para ese día.

En punto de las 5 de la tarde concluía la presentación. Los ejecutivos de la firma aplaudían con entusiasmo sincero la propuesta presentada por el departamento de Fratello. Mas de uno estrechó su mano y prometió brindar todo el apoyo necesario.

Juanita felicitaba a Fratello, no solo lo felicitaba, le dirigió un par de indirectas que lo hicieron sonrojar. El escritorio fue el altar donde Juanita lo sacrificó para su propio placer.

"ya puedes irte" fue la frase que destrozó el orgullo de Fratello.

Fuera de la oficina de su jefa, le pareció escuchar un triste piano. Se trataba de un teléfono celular olvidado en el mar de cubículos. La mayoría de los empleados se habían ido ya, y en el edificio solo quedaban algunos ejecutivos de nivel medio y el personal de limpieza.

Tomó las escaleras. Se encontró con Ivonne, no era la Ivonne que había abandonado antes de almorzar aquella mañana, era la Ivonne de limpieza. Ella y Fratello habían tenido algo en alguna ocasión, y de vez en cuando lo repetían. Aquel era martes de repetición.

Fratello tomó un taxi.

"Calle madero por favor, al 999" dijo con notable abandono.

Ivonne de limpieza era una persona dulce, pero con él, sobre después de sus encuentros, era una reina de hielo y eso no dejaba de cansarlo.

Llegó frente a la mas famosa casa de la zona.

En el interior contrastaban la cara fratello y el ambiente de fiesta.

Preguntó por Edith. Se encontraba con un cliente. Optó por esperarla.

En la casa sonaba el jazz, y las damas que ahí trabajan bailaban al compas de la música, los clientes se unian a la fiesta, invitaban tragos y eventualmente se iban a alguno de los cuartos de arriba. Fratello no.

Él estaba se sentó en un sillon de terciopelo rojo y esperó a Edith. Ninguna de las chicas libres se acercó siquiera, todas sabían a quien quería, una insinuación sería una perdida de tiempo.

Pasada media hora Edith lo sorprendio por el brazo, le dio un vaso de ginebra y lo condujo al cuarto de siempre sin decir una palabra.

En el cuarto, Edith se despojó de su vestido carmesí. Fratello se aflojó la corbata y desabrochó la camisa.

Edith lo abrazo y jugó con el cabello de su cliente.

"que pasa ¿hoy estas muy triste?" preguntó Edith: la de las piernas largas, pero también la de la voz mas dulce y de corazón mas noble.

Fratello le contó de su día, de cada mujer, de su presentación, del hueco en su pecho, de los hotcakes de Ivonne y la frialdad de la otra Ivonne.

Edith lo escuchaba romperse en mil pedazos. Entre sus brazos estaba el niño mas triste y solitario del mundo, pero como siempre, tenía guardadas las palabras exactas para vendarle el corazón.

Edith, tomó la cara de Fratello entre sus delicadas manos y lo besó con la inocencia de un roce adolescente.

Fratello se quedó dormido en los brazos de Edith, como en cada visita; soñó que alguien lo quería, como en cada visita.

viernes, 19 de marzo de 2010

The Monster Part of Town



El eterno vibrar del camión, el sonido felino del motor, las largas distancias a recorrer y la elevada temperatura en el interior de la unidad, hacen del transporte publico el lugar perfecto para tomar una siesta.


El chofer de la unidad en la que viajaba Ezequiel Guerrero, conducía a toda velocidad, bajo los efectos del polvo de coca. Fue en la calle Buenavista que ante el cambio abrupto de un semáforo rebelde, el chofer se vio en la necesidad hacer un frenado de pánico. Llevando al suelo a la mayoría de los pasajeros y en el caso del dormitante Ezequiel Guerrero le estrelló la frente en el asiento de adelante.


Despertó con una fuerte punzada en la frente y los ojos invadidos de sangre tibia.


Un poco fuera de si por aquel abrupto despertar se sobó la frente y miró alrededor. Cual fue su sorpresa al notar que el resto de los pasajeros lo observaban con repulsión cuando ellos mismos, a falta de una mejor palabra, tenían un aspecto monstruoso. La carne colgante, pústulas gangrenosas, miembros despedazados, y sin embargo era a él a quien veían con desagrado.


Bajó vomitando del microbús, solo para toparse con un mar de personas con la misma apariencia, la misma mirada y una peste mas allá de cualquier concepción.


Tomó un taxi. El conductor era un anciano que amable le preguntó de donde venia y si acababa de llegar a la ciudad. Ezequiel, extrañado por la naturaleza de la pregunta, siendo, él mismo, un estereotipo ambulante de aquella ciudad. Cuando preguntó la razón de la pregunta, este le señalo a la par que mostraba el flanco izquierdo de su cara que no se veía como los locales.


El lado izquierdo del rostro del chofer carecía de carne salvo por el ojo.


Contuvo las ganas de bajar gritando, pero aguanto hasta su calle pero era diferente, no reconocía ninguna casa.



  • van a ser 70 necropesos - dijo el conductor descarnado, y rió al ver el dinero con el que Ezequiel intentó pagarle – necropesos, no dinero de juguete niño – dijo el anciano descarnado, habiendo perdido todo rastro de amabilidad.


    El taxista bajó y dio la vuelta al auto, abrió la puerta sin disimular su enojo y bajó a Ezequiel a punta de golpes y mentadas de madre. Sacó una navaja del bolsillo trasero del pantalón, exigiendo su dinero a gritos.


    Poco a poco se congregó una monstruosa multitud de curiosos. El anciano taxista empezaba a presionar la hoja de la navaja contra el cuello de Ezequiel. Él, instintivamente estiró la mano dentro de su morral, topando con el frío tacto del revolver colt. 9mm.


    Sintió una gota de cálida sangre empezar a recorrer el largo de su cuello, el anciano conductor seguía gritando con la furia de un poseso. Ezequiel sacó el revolver con velocidad propia de una película.


    Un tiro de la poderosa arma bastó para reventar la cabeza del taxista como un globo de piñata.

    Vio el cuerpo del taxista caer en cámara lenta mientras los trozos de cabeza volaba en todas direcciones. Cuando escucho el seco sonido del cuerpo azotando se sintió a aliviado.

    Contra toda lógica no sintió el menor remordimiento de lo que acababa de realizar. Ezequiel estaba libre de cualquier sentimiento de culpa. Lo que acaba de matar no era una persona, sino un monstruo como todos quienes lo rodeaban, seres abominables que procurarían su destrucción.


No soportaba esas miradas ni esos ojos sin brillo ni aquellas posturas enfermizas, no toleraba el cielo rojizo, el viento frío, el olor a podrido.


Arremetió contra la multitud observante.


Uno a uno los curiosos fueron cayendo despedazados por el arma, doblemente efectiva en la carne putrefacta. Vació una roda, recargo y continuo su labor asesina.


No solo no sentía remordimiento, la muerte de aquellos seres le generaba un placer indescriptible. Verlos caer convertidos en forma de pulpas sanguinolientas. La percusión de cada disparo, el sonido de la carne siendo quemada, desgarrada, cada paso en el proceso de destrucción le hacía sentir pleno.


Pronto se vio rodeado de policías, seres del mismo tipo que todos a quienes había ejecutado esa tarde. Sin embargo lejos de amedrentarse su deseo de matar aumento, confiriéndole un nuevo nivel de resistencia.


Caía el cuerpo de Ezequiel Guerrero al suelo con 17 balas alojadas en su cuerpo y otro tanto de orificios.


Se cargo a 5 policías y recibid 22 tiros antes de ser abatido por el peso del plomo oficial.


Mientras caía pudo ver su obra. La calle estaba teñida de rojo. A su alrededor estaban tirados mas cuerpos sin vida de los que pudo contar y su ultimo gramo de humanidad le hizo una mala jugada.


Él era el peor de todos los monstruos que habían muerto aquella tarde, pensó mientras se sumía en la oscuridad.


jueves, 25 de febrero de 2010

Despertando



Saúl Díaz abre los ojos, esta rodeado de tinieblas. La temperatura del lugar es fresca, casi fría, pero eso nunca le ha molestado, al contrario.

Abre la boca y escapa un bostezo profundo, prolongado y lento, propio de un sueño tan largo como del que acaba de despertar. Intenta estirar sus entumidos brazos, pero no puede, una pared oculta por la oscuridad se lo impide, de la misma manera que con sus piernas.

De pronto el aire le parece poco y las paredes invisibles lo constriñen. La conciencia se apaga y el horror lo inunda. Quiere gritar pero ningún sonido sale de su boca. Intenta llorar pero sus ojos permanecen secos. Se estremece con todas sus fuerzas, con violencia, hasta que ya no puede más.

Quieto en la oscuridad, un pensamiento cruza su mente: la fuerza no lo ha abandonado, todo lo contrario. Con la determinación de un héroe de película, golpea los muros de la prisión usando sus manos desnudas.

Pasa el tiempo, un tiempo indescifrable, las horas y los minutos solo existen en la luz. Las paredes de la prisión han cedido, pero ahora se enfrenta con cemento y piedra. Los reconoce por el tacto, piensa que alguien lo debe odiar terriblemente para tomarse tantas molestias.

Un hambre atroz lo invade. Un hambre que le hace arder las entrañas, doler la cabeza y las extremidades, pero también lo llena con una fuerza que alcanza a reconocer como sobrehumana, solo entonces, el cemento y la piedra ceden.

Tierra, tierra fresca, tierra suave, tierra que lo acaricia y aunque el hambre no desaparece, por primera vez desde que despertó siente un poco de paz y placer. Como un neo nato se arrastra por entre la tierra que lo abraza, listo a nacer de nuevo, estira los brazos con desesperación y esperanza, y de pronto siente su mano ligera.

Es la sensación del aire, del mundo. Lo consiguió, es libre, conquistó su derecho a vivir. Por un instante olvida el hambre y sonríe tanto como puede en esos últimos centímetros hacia a la libertad.

Su cabeza alcanza la superficie y es cegado por la luz de la luna. El tiempo vuelve a pasar, los segundos recuperan su significado, le toma unos cuantos adaptarse a la luz.

Dirige al mirada al cielo y reconoce la estrellas y la luna, nunca le habían parecido tan bellas, ni tan grandes, ni redondas, ni coloridas. Finalmente deja escapar una lagrima. Al cabo de algunos minutos de contemplación baja la mirada.

Solo cuando deja de mirar el cielo se da cuenta de que esta rodeado de tumbas. De algunas provienen gritos ahogados, en otras la tierra comienza a moverse como si fueran a reventar y en las menos, se ven personas luchando por escapar de sus sepulcros igual que él.

Gira sobre si mismo y lee en piedra:

Saúl Díaz Vallejo.
1985 – 2010

El hambre a vuelto.

en mi casa vive una bruja

En mi casa vive una bruja. Es muy vieja, viejisima, antigua, antiquísima. Se le pueden oler los milenios acumulados en los pliegues de la ...