lunes, 6 de septiembre de 2010

212 conciertazzo


"A las diez de la noche el registro, y a las diez con cuarenta sale el camión" ese fue el anuncio oficial que nos dieron. Desde luego que el registro fue a las diez con cuarenta, y el camión salio a las once con veinte.

El grupo reunido en el autobús era heterogéneo, fotógrafos, periodistas, ovejas negras, paikis, vagos, niños bien y algunos cuantos traumados del rock. Se sentía la algarabía de viajar a una de las ciudades mas importantes del país para ver uno de los conciertos más grandes del año (al menos en número de bandas)

Sorprendentemente la unidad se detuvo en el corazón de la perla tapatía poco después de que dieran las ocho de la mañana. Cuatro tortas ahogadas, una cartera perdida, buffet de comida china ridículamente barato y muchas cuadras caminadas bajo el sol tapatío después, comenzaba de manera oficial el festival.

Las horas se fueron entre bandas locales más bien desconocidas y una que otra con algo de renombre.

Ellis Paprika destrozo el escenario con su puro carisma, que decir de las interpretaciones quita-aliento que nos regalo.


Rey Pila fue una agradable sorpresa musicalmente hablando. Un cambio de horario de bandas desconcertó a más de un espectador y termino en hielazos por parte de los fanáticos de bengala.

La gusana ciega cantó con sentimiento digno de las canciones de José Alfredo Jiménez y “Los bunkers” me recordaron en cada rola a los personajes de 31 minutos.

Nortec Collective incendió a los tapatíos con dinamita electro-norteña.

Cerró la maldita vecindad y los hijos del quinto patio, a manera de banda sorpresa, haciendo lo que hacen mejor, y eso es transmitir buena vibra y volver loca a la “raza” con ritmo ska “sabroson”.

Si bien a las cinco de la tarde eran relativamente pocos los espectadores, para cuando la maldita desato su poder ska en la avenida chapultepec, aquello era un lago de gente reunidos únicamente por la música.

Varios minutos después de que terminara la última canción de la última banda aun eran miles las personas reunidas. Aquello había sido una fiesta, una verdadera celebración de la música.

A las dos de la madrugada estábamos ya reunidos toda la banda torreonense afuera del minimercado donde se nos había indicado que esperáramos el autobús.

Los rostros que la noche anterior reían y bebían ahora estaban descompuestos en muecas de cansancio, ojos rojos y una etérea satisfacción que sólo se logra en un concierto

El camión llegó y nosotros subimos ansiosos de descansar. En pocos minutos todos en caímos en el pequeño olvido.

Después de nueve horas de viaje, un lagañoso sol lagunero nos recibía. Bajamos del autobús a paso de zombie. Nuestro estado era deplorable, casi piltrafas humanas, tan cansados, desgastados y satisfechos como se puede estar en la juventud

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