sábado, 9 de enero de 2010

Jazzy night



Llegaste sola y poco antes de que empezara a tocar la banda. Entraste sosteniendo un cigarro entre índice y medio, con el codo apoyado en la cintura, exhalando el humo con los labios ligeramente tensos y apuntando hacia arriba, tus ojos con abertura de 3/4. Temblabas de frió. Me recordaste a Mia Wallace, y se me antojó un silencio incomodo contigo.

Buscabas una cara conocida entre la multitud de raros congregada en aquel bar de poca monta. Fue en esa búsqueda que nuestras miradas se cruzaron, no diré que hubo un click, no diré que fue mágico, porque en realidad no fue mas que un contacto visual, sin pena ni gloria, pero tan incomodo como todos los que se suscitan de esa manera.

Nadia te conocía, tu a ella. Eran algo menos que amigas, pero eso bastaba para que, en tu calidad de desamparada, fueras invitada a compartir la mesa con el resto de los desadaptados del grupo.

El tema de la charla cuando la banda terminó de instalarse y comenzó a tocar eran “los conciertos en la comarca o la falta de estos”

La primer rola fue “pintball wizard” arreglada como blues, versión nada despreciable, pero si extraña.

Con cada estribillo no podía evitar mirarte de manera furtiva. Y es que algo me obligaba a ello, serían tu ojos, pesadamente delineados; tu cabello negro y espeso como impermeabilizante. Lo que fuera era casi un impulso primigenio.

Sonaba london calling, arreglada en bepbop, cuando encendiste otro cigarro. Exhalaste la primer bocanada de humo en el momento justo que me acerque a tu oído y te pedí un beso camuflajeado en forma de toque. Así supe que tus labios tienen sabor a vainilla.

Pasaban las tres de la madrugada cuando la banda terminó de tocar. Lo hicieron con Mamie's blues, un merecido tributo a Jelly Roll Morton. Para entonces el bar estaba casi vacío y nuestra mesa era la unica llena.

Yo era el conductor designado de la noche, como todas las noches y procedimos al estacionamiento. Después de haber preguntado los lugares de desembarco de cada uno, trace la ruta en mi cabeza, la ultima serías tu. “estoy domesticado” te dije a manera de broma, pero no te causo ni la mitad de la gracia que esperaba.


Al llegar al estacionamiento encontramos a mi auto sin espejo lateral derecho y un par de golpes nuevos en la blanca geografía de la puerta correspondiente. Alguien lo había arrancado, no solo eso, lo habían arrojado contra una pared cercana y estrellado en cientos de pedazos.

Mi frustración inicial fue descargada en una desafortunada palmera cercana. A la palmera no le paso nada, mas bien, a mis nudillos, pero al menos el enojo se fue rapido.

Ya sereno comenzamos la larga travesía nocturna para dejar a todos los participes de la velada en sus respectivas casas.

Siempre que dejo gente en sus casas, procuro hacerlo empezando por las colonias mas bravas con tal de no estar solo si pasa “algo” así pues, al filo de las cuatro nos paro un transito, el ultimo de la noche. Las calles desiertas salvo por aquel solitario duo dinamico de la ley.

Alegó aliento alcoholico, la falta del espejo lateral, pero todo se resumía a quería doscientos pesos.

La discusión subió de tono rapidamente y todos bajaron del auto, incluso tu y el compañero del polí corrupto. El resto pasó rápido, demasiado. Insultos, un empujón, una pistola desenfundada, la bota del May rompiendo la quijada de uno de los policías, Nadia asfixiándo al otro, los dos revolveres en mi mano y yo vaciando su contenido en el cofre de la patrulla, incluso tu pateaste los estomagos de los municipales a manera de remate. Escapamos mientras los policías descansaban inconsciente sobre el pavimento nocturno, como una pareja homosexual.

Tremenda giro de una noche tranquila de jazz a un episodio de violencia con tintes anarquistas. Aunque quizás era cuestión de tiempo.

El resto del trayecto pasó sin mayores problemas. Todos en silencio y con la adrenalina a tope compartíamos una extraña sensación de complicidad, miedo y peligro.

Vi tus ojos por el retrovisor. Nuestras miradas se reencontraron y compartieron entendimiento.

Eran las pesadas 7 de la mañana cuando llegamos a tu casa, la ultima del recorrido. Fue curioso que en toda la noche no nos habíamos presentado, y fue cuando me estacione que lo hiciste, María.
En la casa de a un lado, una pareja de ancianos, terminaban de condimentar el rico menudo dominical.

- Gracias – dijiste con la voz entrecortada por el frió de la madrugada.
- De nada, cuando quieras - respondí con mi mejor tono de Clint Eastwood cuando se despide de la chica guapa de la película.
-¿No quieres pasar a almorzar menudo? - preguntaste con la voz aun entrecortada.

Después de quien sabe cuantas horas sin haber comido y con la descarga de adrenalina de poco antes, nadie se podría haber resistido a semejante invitación.

Entramos y nos instalamos en tu comedor. Saliste con cazuela en mano y en un par de minutos con el cargamento de rico menudo y unos panes franceses. Comimos en silencio, aun víctimas del estress, pero la comida caliente soltó las lenguas y pronto charlábamos de temas diversos, incluso del policía violentado. Logramos reír.

Pero de repente te derrumbaste, como una viuda arruinada. Ya no reímos, no dijimos nada, solo llorabas apoyada en la mesa, entre el orégano y la cebolla. Yo te escuchaba sollozar sin saber que decir o que hacer, solo atine a poner una mano en tu espalda.

- yo fui quien rompió tu espejo, perdón – dijiste ahogándote con moco y lagrimas.
- No hay pedo – respondí con sinceridad mientras acariciaba tu cabeza.

En tu “perdón” pude descifrar que cuando entraste al bar y te vi, no temblabas de frió, temblabas de enojo y si me resultaste irresistible durante la noche fue por un aire terriblemente triste en tu semblante, tristeza de la que no me percate hasta tu húmeda disculpa.

Finalmente, entre sollozos, te quedaste dormida con la mesa por almohada. Te lleve a tu cama. Sobre tu cómoda vi una foto tuya con un hombre alto y moreno. El cristal estaba manchado y yo celoso.

Y ahora estoy aquí, contándote el resumen de la noche mientras observo tu boca a medio abrir, escapando aliento de vainilla y nicotina, y sueñas con policías golpeados y yo prendo un cigarrillo a medio fumar; esperando a que despiertes para concertar la indemnización de mi espejo y me des tu numero telefónico.

en mi casa vive una bruja

En mi casa vive una bruja. Es muy vieja, viejisima, antigua, antiquísima. Se le pueden oler los milenios acumulados en los pliegues de la ...