domingo, 23 de mayo de 2010

Sonrisa


La luz rojiza de aquella casa de mala nota acentuaban los ojos hundidos, la barba sin rasurar, la ropa olorosa a sangre que portaba Aniv de la Rev.

Aniv, gustaba de enfrentar situaciones difíciles. Situaciones que llevaran al límite su resistencia. Aquel día sin embargo, se había extralimitado.

Marlene, era un manojo de misterios. La conoció por accidente en el malecón de Mazatlán. Esa noche tuvieron su primer cita. La química se dio al instante. Quizás fue el mar, quizás los efectos del alcohol, lo único seguro es que esa noche hubo magia.

A los dos meses ella se vino a vivir con él, a los tres intentó asesinarlo.

Primero su amante, luego su ejecutora. Nunca olvidaría el brillo de sus ojos asesinos. "La vida es dulce cuando sangras, cariño" le dijo con voz de calentura cuando lo apuñaló en el hombro. La sonrisa enfermiza de Marlene heló la sangre de Aniv.

Una vez que Aniv desarmó a su amada, escuchó un V8 estacionarse fuera de la casa. Aniv conocía bien ese tipo de motores y el tipo de pasajeros que solían usarlo. Saltó por la ventana. Huyó. Logró evitar que las balas con su nombre dieran en el blanco.

No le resultó difícil perder a Marlene y su sequito. Estaban en su pueblo, donde él se movía como el viento por las calles. Pasó horas en un escondrijo buscando una solución que no fuera la obvia. Fracasó.

Escogió a la chica de vestido rojo. Su cabello estaba húmedo, su piel también. Ella le sonrió en cuanto la llamó. Esa sonrisa le entibió la sangre.

Marlene estaba en la computadora. El cañón del revolver recostado contra su nuca fue la forma en que Aniv dijo “hola”. Marlene tragó saliva.

- ¿Por qué? – Preguntó Aniv con voz dolida.
- El jefe te quería muerto – respondió Marlene, con la voz quebrada de miedo a morir.
- Te amaba - dijo Aniv, con el alma colgando de un hilo.

“Yo no”, intentó responder Marlene, pero antes de que la primer silaba saliera de su boca, Aniv jaló el gatillo. Tenía miedo de escuchar lo que ya sabía.

Un elegante agujero humeaba en la frente de Marlene. El monitor estaba salpicado de sangre. Aniv, observó el bello cadáver mientras su corazón asumía la forma de una pasa.

Pudo haber huido, pero su naturaleza le hizo quedarse. Quien cruzara por la puerta se convertiría en el chivo expiatorio de su dolor.

Los cinco guardias de su otrora amada, cayeron por el beso cruel de su Walter P38. Seis tiros, seis cuerpos.

Caído el último de sus enemigos, caminó al baño. El espejo le mostró que bajo las incontables gotas de sangre atomizada, había un rostro diez años más viejo. Necesitaba algo que le aligerara el alma.

La faena había terminado. La prostituta del vestido rojo dormía a su lado. Seguía sonriendo. Le gustaba la sonrisa de aquella niña. Había hecho bien en ir a ese lugar. Su corazón de pasa se hidrato un poco.

Aun le dolía la traición y lo atormentaba la idea de que dentro de unos minutos le llamaría el gran Quesote para avisarle del fin de la tregua y la guerra inmediata.


Durante los meses siguientes tendría el papel de cazador, se teñiría las manos de rojo con sangre de sus rivales, más no enemigos. Posiblemente un tiro a traición acabaría con él, y su cuerpo despedazado sería arrojado en algún lugar público para generar psicosis.

Decidió olvidarse de todo lo que se aproximaba. Se limitaría a disfrutar de la sonrisa dormilona de su amante contratada, al menos hasta que sonara el teléfono o quizás un poco más. Aún tenía que decidir.

lunes, 3 de mayo de 2010

Medusas y Licor


Le di un trago largo a la botella y casi me ahogo con el humo amoratado que me subía por la garganta. El licor verduzco se sentía como aguarrás limpiando pintura de las manos pero por dentro del pescuezo.

Después de un violento absceso de tos, el mundo fue consumidó por puntitos negros hasta dejarme en oscuridad absoluta. Creí que había dejado de existir, pero un sonido me recordó que existía. El sonido se convirtió en un melodía alegra e inocente que reapareció el mundo ante mí.

Mi mirada ya no era mi mirada. Yo veo con dos ojos y sólo lo que esta delante de mi, ahora veía todo lo de mi alrededor, 360º en todas direcciones y en espectros que supe reconocer como infrarrojos y ultravioletas.

Me sentía fresco y ligero, con olor a lima limón. Mis piernas y brazos ya no estaban, en su lugar había gelatinosos y etéreos tentáculos de color azul eléctrico que se agitaban a mi voluntad. Tantos tentáculos como desease tener, llegando a contar mas de un millar.

Pude ver mi cuerpo tirado e inconciente bajo el sol del desierto con la botella aun en la mano. A lo lejos el “checks” y el “negro” jugando naipes en la camioneta.

Flotaba en el eter y percibía la curvatura del univesro, esa curvatura de la que hablan tantos ensayos matematicos.

Flote hasta llegar a la estratosfera, luego hasta el centro de la galaxia, vi incontables civilizaciones a mi paso. Devore una estrella azul que encontré en mi flotar y que me pareció deliciosa.

Al verme tan grande como para alimentarme de estrellas, sentí nostalgia y quise volver a la tierra, y ahí llegue, pero no al lugar de donde había partido, sino en Tokio, reconocía la torre y su incesante fluir de gente de cuando hice una estancia técnica, ya no era gigantesco como para devorar estrellas, mas bien pequeño como un microbio suspendido en el aire de la ciudad.

Recordé a cierta mujer que conocí tiempo atras en una estancia técnica en aquella ciudad; recordé una pelea en el callejon de un sordido bar; recordé el prostibulo donde me enamoré; recordé el avion de regreso a México y la promesa de no volver.

No había roto la promesa, mi corazón se encontraba en mi cuerpo, perdido en el desierto.

La música se aceleró y desee bailar con todas mis fuerzas, sin embargo, los microbios que flotaban no tenían idea de que era bailar, y me parecían seres arrítmicos, pensé en bailar con un hadrion, pero mas me llamó la atención la torre de Tokio, pero era tan enorme y yo tan diminuto, que decidí ser enorme y lo fui. La ciudad gritó de horror al verme, pero esos solo aumentó mis ganas de bailar.

Tomé a la torre con un par de docenas de tentáculos y la levante de su sitio, para hacerla girar conmigo. Bailamos por entre las calles, sobre edificios.

Me sentí como un niño en un gran campo de juego. Si hubiera tenido boca seguramente hubiera reído de tanto bailar, con aquella música, los gritos, el crujir de los edificios, los incendios. Todo era tan divertido, sentí ganas de iluminar aquella ciudad con la luz de la estrella que había devorado, lo desee y lo hice. Logre liberar aces de aquella luz, que derribaron algunos edificios.

Poco a poco la música disminuyó su ritmo y volumen, a la par me invadió una intensa sensación de sueño.

Los puntos negros volvieron, dejandome en tinieblas al mismo tiempo que la música se había detenido por completo.

Una canción de rock mundano resonó en mi cabeza, luego sentí vibraciones agresivas. Finalmente recuperé la sensación de mi cuerpo humano.

Iba en el asiento trasero de la camioneta del "checks". El "negro" me ofreció un cigarro que con gusto acepté. Me preguntaron como estuvo el "viaje" a lo que respondí con lujo de detalles.

Después de 45 minutos de terrecería y una vomitada, llegamos a Real. Soplaba un viento fresco, y los tres teníamos hambre. A mi aun me dolía la cabeza, pero estaba seguro que con un buen taco y una chelita recuperaría las fuerzas.

Llegamos a la fonda de Chabelo por unas enchiladas y unas "vikis". El chabelo nos sirvió rápido con tal de quedarse pegado a su televisioncita de 12 pulgadas.

Nosotros solo alcanzamos a escuchar "Devastación inusitada en Tokio"

Los tres nos miramos y sonreímos con complicidad, el licor día del juicio final estaba listo.

en mi casa vive una bruja

En mi casa vive una bruja. Es muy vieja, viejisima, antigua, antiquísima. Se le pueden oler los milenios acumulados en los pliegues de la ...