martes, 9 de agosto de 2011

Café París


Alimentame la soledad, con silencio y con tu ausencia. Porque sólo se extraña a los muertos y tu estás viva apretando mi mano como si ya fuera el fin.

Regalame un encuentro accidental en las calles frías de alguna ciudad de nombre impronunciable, incluso si vas acompañado de un hombre alto y moreno. La calidez de reencontrarte y la sensación en la boca de una sonrisa incomoda por decirte adiós cuando debí haberte apretado contra mi.

Que me carcoman los recuerdos de todo lo que no hicimos (con su respectiva dosis de celos). Gritar tu nombre en sueños empapados de sudor frío, despertar a mitad de la noche y no querer ver al espejo que esta frente a la cama por miedo a toparme con tu recuerdo.

Regalame la nostalgia de tus dulces muslos cuando acaricie las piernas de alguna amante anónima; Comparar sus caricias torpes con las tuyas de satin; Recordar tus besos siempre que coma una fresa roja y carnosa. Un día algún amigo en común me dará noticias tuyas. No podré evitar sonreír con un dejo de tristeza; Me alegraré por ti sin dejar de hacerme uno o dos reproches.

Vete y que tu recuerdo se diluya cómo la crema en el café: perdiendo la definición para matizar el resto de mi existencia. Poco a poco te me tatuarás en el alma. Serás una religión y yo un mal devoto. Viviré la vida, agridulce por si misma, con una pizca de ti y del adiós sin punto final que iniciara hace años.

Un buen día de julio pasearé solitario por las calles de parís con la cabeza canosa para, frente a la terraza de un café, lamentarme el no haberte traído nunca. Un día de marzo veré tu sonrisa en la sonrisa de una nieta hipotética, aunque la única liga entre ustedes sea mi recuerdo.

Y un día que suene alguno de nuestros teléfonos para escucharnos del otro lado. Vernos en una replica del café de París al que nunca fuimos y hablar de los años que no estuvimos juntos, pasear como si tuviéramos 13 por los jardines de algún parque municipal, apenas rozando las manos por decoro.

Llevarte un ramito de flores los jueves antes de ir al café para escuchar canciones de Edith Piaf y charlar con dulzura de todo lo que no vivimos, pero que en las brumas de la edad se confundirá con los recuerdos más claros. Imaginar lo que no fue.

Que pase el tiempo que tenga que pasar. Y el que se quede más tiempo (que serás tú) llevé flores a la tumba del otro. Quizás en una de esas visitas al camposanto mi nieta, esa nieta hipotética que tiene tu sonrisa, este limpiando mi tumba y cruce miradas con tu nieto hipotético (quien te estaría acompañando) y quizás, sólo quizás ellos lleguen a ir a ese café de París en una tarde de julio. En tanto yo sonreiré de melancolía dentro de mi tumba porque siempre tendremos lo que no tuvimos.


viernes, 5 de agosto de 2011

Bolsillos


Siento los bolsillos pesados. Bambolean de lado a lado lastimándome los muslos y resonando como sapos metálicos y enojados. Buscar el cambio exacto para la taza de café o el libro de cuarta mano es una labor de varios minutos pues el interior de los bolsillos es un laberinto que nunca se está quieto.

Cuando camino por la calle el peso puede ser insoportable. Me obliga a detenerme y vaciar incontables objetos que a la luz de la soledad son tan inútiles como horrendos: teléfono, la billetera gruesa como mis miedos, tarjetas de presentación de media ciudad, recibos por facturar, tarjetas del banco, claves de las tarjetas del banco, recibos por pagar, cerillos, encendedor, una paleta de caramelo sabor a cereza, un enjambre de llaves, mis miedos, lápiz, pluma, mis rencores, una canción empolvada, los reclamos del domingo, monedas y billetes de baja denominación, las responsabilidades que me dio mí madre, el recuerdo doloroso de mí padre, un montón de traumas de la infancia, otro tanto de la pubertad y que decir del saco de la "madurez".

Quisiera dejarlo todo en la calle, sólo quedarme los cerillos, una llave y la canción, pero no puedo porque a la luz de la compañía es intolerable el no cargar con todo eso aunque nunca salgan del bolsillo. Y comienza la procesión de re ingresarlo todo. Cuando terminas es como si los pantalones te intentaran sumergir en el suelo y las piernas se te cansan antes de terminar la cuadra.

Sueño con un día simplemente desabrochar los pantalones, que caigan por su propio peso. Sólo rescatar una llave y la canción. Correr ligero, tan rápido que se me eleven los pies del suelo, apoyarme en las puntas de las antenas rojas y blancas; acariciar las crestas de las palmeras con los pies. Desabrochar la camisa para planear como si fuera una ardilla. Planear hasta encontrar la puerta que abre la llave que llevo y quizás tras la puerta encontrar un par de pantalones sin bolsillos.

Quisiera pensar que un día haré un agujero de buen tamaño en alguno de mis bolsillos por donde se caiga la mayor parte de mi carga. Pero no se me da tan bien que digamos eso de hacer los sueños realidad y me limito a dejar caer una moneda, una llave inútil o un reproche del domingo cuando no hay nadie mirando.

en mi casa vive una bruja

En mi casa vive una bruja. Es muy vieja, viejisima, antigua, antiquísima. Se le pueden oler los milenios acumulados en los pliegues de la ...